Luis Amaury Rodriguez Ramírez
(Pinar del Río, 1974) Obtuvo su
título en MsC. Desarrollo Social. Es docente de la Universidad de Pinar del Río
en el Departamento de Sociología, poeta, corrector de estilo literario y editor
de la Revista la Gaveta. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz; miembro del ACCS (Asociación Cubana de
Comunicadores Sociales, Filial Pinar del Río); miembro de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); miembro del Consejo Editorial del Centro
de Promoción y Desarrollo de la Literatura Hermanos Loynaz de Pinar del Río y
miembro del Comité de Lectura del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge
Cardoso.
Ha publicado los siguientes
libros de poesía: Los cobardes duermen
bocabajo (Editorial Loynaz, 2005); Teatro
Cotidiano (Editorial Cauce, Colección lafijeza, ediciones Almargen, 2006); Crónicas del Pueblo (Folktales)
(Editorial Libro sin paredes, 2009, E.U.A); Intento
de Encerrona (Editorial Digital El Barco Ebrio, España, 2010); Catálogo XX Aniversario Ediciones Loynaz
(Ediciones Loynaz, 2009) y de Ciencias Sociales: Lo sociocultural: un trabajo pendiente (Editorial de Ciencias
Sociales, 2013).
Ha sido distinguido con el Premio Poesía y
Mención Cuento en el Encuentro Debate de
Talleres Literarios, 1997; 3° lugar del Concurso
de Creación Juvenil, (única edición, 1993), Centro Hermanos Loynaz y ha
recibido diferentes menciones de concursos.
Textos suyos aparecen publicados
en diarios, revistas y medios electrónicos.
lagaveta@pinarte.cult.cu
luisbelerofonte@gmail.com
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Cántico
Ay, Cuba,
la mía,
¿qué sujeto
soy que no me dejas escapar de la doctrina
y todo año
es un ciclo que comienza
desbordado
en el más hondo temor a la inexistencia?,
¿cómo
extirparás mi vicio?,
¿qué
extensión puedes ofrecer vulnerablemente fragmentada?,
¿dónde está
el hombro para recostar la cabeza
y al
erguirla contemplar otras aguas,
otro nivel
de pleamar que como calambres permanecen?
Ay, Cuba,
la mía,
que veo
sobre mi mesa sin que vaya hartera
a patriotas
y supuestos defensores que lejos de aceptar,
hincan el
cuerpo a tierra para beber tu jugo y saciar(se),
nada más,
sencillamente
como quien desconoce el miedo a la aniquilación
y el rótulo
en la bala.
Cada
respiración en ti es un suspiro de hermano,
maquinaria,
un triturar
de hombres y mujeres culpables de la estatización,
equívocos o
paros que ven,
ese
horizonte otro tan fiero, temible, pero calmo.
Ay, Cuba,
la mía,
ninguna
letra tuya
y todas en
conjunto son ajenas ni distantes;
pero yo he
ido en tropel junto a las masas
visitando
la más cruel depredación sin que por ello
sea el
victimario,
porque es
plano y sintético mi espacio,
más allá
del edificio, la construcción del vecino requerido,
balcones y
conductas que a diario deconstruyo
como código
binario.
Hombres y
mujeres exhiben un organismo que colapsa,
no por ello
te pertenecen
ni porque
oigas sus voces
podrás
creerlos un fragmente que se hunde o resurge
como los
héroes cuando emparentan el silencio.
Ay, Cuba,
la mía,
dueles
tanto.
La gente
habla del gobierno,
y temen que
un criterio
pueda derrumbarle las paredes de la casa;
la gente habla del gobierno,
pero solo eso,
hablan, hablan, hablan
entre (
).
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Hombres de éxito
Para Any Esther, el poema y su discurso.
En el habitual desvelo de los viernes
al interior de un país
que se deshace,
escucho campanas que llaman a misa,
salgo para apreciar el gran disfraz del
contexto.
Es viernes,
siempre viernes cuando acudimos al café,
a sexuales arlequines de rostros que desfilan,
jóvenes por otro mañana en intermitentes
cromaturas,
polícromas muchachas.
El país se hunde
y seguimos centro del efecto,
victimas,
como si tales menesteres fuera un juego
inocente y represivo;
palmo a palmo todo se deshace,
sigo amándote sin treguas y a pesar de ello,
estas paredes que caen,
este piso que al engañarnos trepida,
estos brazos que te ofrezco no podrán,
detener esas dislocadas estaciones.
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II
Solo descubro hermosura en el desvelo:
la quilla del barco que devora,
un hombre renegado del gobierno,
el valor de los ancianos,
sin embargo,
me espantan esos poemas
que por fanatismo y miedo hacen el confuso
complemento de su sombra,
siguen enquistados en el pecho,
y que jamás corearán las muchedumbres.
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III
Si no estoy, si nunca estoy,
recuerda que una ciudad solo caerá
si sus patriarcas deciden incendiarla.
Cuando recorras los sitios donde estuve,
lleva contigo los amargos soles de la espera;
piensa que un hombre es su casa,
consigo van todos los detalles y faenas para
que logre amarse;
si es viernes
y bebes un café en algunas de las plazas de la
calle principal
y parece un país que se deshoja,
no digas, tómalo del brazo,
reconstruye sus casas, edificios, haz que
hablen,
retornen hasta los predios donde esperarán las
multitudes.
Si es viernes
y un hombre tiene la intención de levantar
sobre su espalda una
montaña,
síguelo,
tras de si hay demasiado líder, demasiada
juventud;
si al que seguiste ves titubear con su canto,
afina la cromatura y salta;
pero siempre recordando que en otro lugar
aunque no sea viernes,
hago silencio para amarte.
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¿Qué ganamos con esta mansa servidumbre?
La mordaza.
¿Qué tenemos del logro acaudalado
y tantas canciones de desvelo
frente a monocromáticas banderas?
Un paro general,
un país improductivo,
palabras
que rebotan.
¿Qué
aprendimos del amor,
la lucha de
clases,
el poder?
A controlar
la furia.
El íntimo
comentario.
A tendernos
manos sin preguntas.
El
desagradable olor de las autopsias.
Dios debe
ser un gran hombre,
o una gran
mujer,
hay que ser
realmente grande
para
soportar todo nuestro peso.
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Declaración
de principios
Es hora.
Otra vez
cantan las voces,
anuncian el
momento de cerrarlo todo,
tener, casi
a la fuerza
otra
conversación con Dios.
Mi mente
era la de un hombre que ara en terreno baldío;
no necesitaba
un lugar,
calles
olorosas a paisaje femenil
ni un
puesto en altas direcciones;
preocupaba
la guerra,
héroes que
me fabricaron con la televisión
en fechas señaladas
y siempre,
vivos o
muertos, vestidos de bandera.
Solo estaba
claro,
la distancia
entre el arma y su dueño,
el
patriotismo y la lógica,
porque un
hombre esclavo de conciencia
solo
alcanza a ver milímetros diferentes.
Tras
marchitarme,
torrente de
gárgola a la mansa espera de alimento,
adolescente
respondón y libertino
con el ethos epocal de mis mayores,
fui feliz.
A mi
alrededor hay demasiada vida,
todo habla:
plataformas pedestales mínimas construcciones
que cuando
paso murmuran,
suplican
con lástima la destrucción antes que el tiempo;
pero quién
puede culpar a un hombre que intenta
bajo
cualquier dominio ser de sí,
solo eso,
alguien que
ama con las absurdas huellas de su carácter.
Soy un
revolucionario que no entiende el socialismo,
me importa
una mierda
–por no ser
absolutista–
hacia dónde
va el país,
porque nada
puede quien no quiere ser salvado
y ningún
verso sostendría su precio si no estás.
De tu
abrazo,
del nombre
que te hizo mujer,
nació y
permanece este amor de intermitentes alas,
qué
importancia tiene cualquier cárcel
si el miedo me domina,
si amarte
con comodidad y sin palabras
tiene el
mismo costo que el silencio.
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