Esteban Menéndez Cordero

(Pinar del Río, 1954-2003). Publicó los poemarios Grito a dos voces, Ed. Vitral, Pinar del Río, 1998 y Sombras en el muro, Edic. Loynaz, Pinar del Río, 2001.


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Sombras en el muro

Edición digital: Ager Publicus-Belerofonte, 2013


VISIONES OPTIMISTAS

para J. R. Fraguela
Aquel hombre perdió a sus padres,
luego a sus amigos
y un día hasta a su perro.

Todo para él fue un perpetuo entrar
en los andenes.
De su tiempo no hablo,
no lo tuvo.

Sólo halló espanto y desamparo.
Vagó sin encontrar nunca.
El amor: una visita de manecillas implacables,
furtivos gestos en buzones ciegos.
No tuvo manos obedientes.
Fue escándalo de piedra.

Ahora está parado en una esquina,
sonriéndole a la vida,
sin rótulos que lo guíen,
apoyado en un bastón.

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DESPEDIDA

Sólo el que ha muerto es nuestro,
Sólo es nuestro lo que perdimos.
Jorge Luis Borges

Nos mantuvimos tensos,
reclamando ser felices,
cuando quizás sólo fuimos un furor
sin cálculo
o una mueca en la hora de las confesiones.
Pero su voz señalaba el rumbo.

Duele creer que quien luego pensara
nuestro cuerpo,
fijando valores y crecimientos con luces
más enseñables,
tuviera que cerrar todas las puertas
para la videncia de los cristales
que soñábamos en el cuerpo de los atletas.
Y verlo así, de pronto reducido al miedo
que a partir de ahora lo acompañará.

No pudo ser primer afecto, derivación de amor;
creímos siempre que entre amigos estaría
en sitios bien seguros.
En sus últimos momentos permitidos por las súplicas,
fue como si el estropeado jardín entrara en la casa
y la tristeza más que suficiente para los rostros.

Ahora lo comprendemos,
no con juguetes en los días.
Luego vino el descontrol,
la libertad de los pianos alquilados.
Las manos en todas las hojas del árbol
demostraron que no había suciedad en ellas,
sólo era extraña la violencia.
Estamos liquidando un precio:
No podemos llorar ante las cosas que perdemos.

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SIN SALIDA

Cuando tu memoria fue el recorrido de la sangre,
nos miraste como haciendo un amor informe,
sin fisuras;
¿qué querías decir con mi nombre?,
¿qué deseabas advertirme?
¿Acaso que no me vería en los espejos?
No todas las órdenes aligeran las noches.
Cada paso tiene sus gritos, sus latidos.
Siempre rehuí el llamado al flagelo,
traté de hacer con mi vida un constante ejercicio yoga.

Si todo se midiera por las cosas logradas,
aquellas que se graban en las rocas.
Pero no necesito saber, volver la vista.
Mientras las rutas son inciertas uno no se despide,
parte solo en la noche sin animales que nos digan adiós,
dejando una casa entre los árboles,
con sus ventanas abiertas,
previendo la bajamar y sus arenas.
El aprendizaje de las languideces y suavidades fue largo.
No lográbamos al principio convencer,
más de una vez fuimos vencidos.
Déjame vivir estas horas de cristales neblinosos,
déjame guardarte en el silencio de mi rostro,
en mis dedos sin éxitos,
imprecisos y ciegos a la cardinalidad.
Si pudiera empezar el recorrido de la sangre,
tocar en todas las arterias ajenas a la luz;
si fuera posible buscar y no encontrar salida.

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UN RÍO, UNA CIUDAD, DOS CUERPOS

Fue fundada hace más de tres siglos por decreto.
Suponen los ilusos que el río era hermoso y los pinares.
Pero qué ciudad-ciudad no posee unos árboles,
un río,
donde perder la inocencia en la ambigüedad de su grisura
mientras dos jóvenes como brújulas alocadas
caen en la trampa de una tarde
que ahora se empeñan en complicar.
Me sustentan leyendas,
palabras prestadas o falsas historias
que otros me han contado.
El tiempo entrega su discurso.
Los límites no existen.
Las cosas pierden resistencia,
todo está presente:
dos adolescentes sin recuerdos se sonrojan
en los pasillos con la noche aún enredada
en las ojeras;
un legendario general en el obsesivo momento
antes de la caída, el que amó el poeta.

Tesoros ocultos en una cueva;
el bíblico hechizado (horóscopo del siglo)
con su diario entre las manos blancas,
bebiéndose el paisaje como una mortaja.
Somos más que memoria y luz en la distancia.
El cielo está fuera de las coordenadas previstas.
Poco se encuentra contracorriente.

No importa el mucho esfuerzo,
los músculos tensados sólo advierten
que el oído es sordo, la mirada ciega.

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LAS PALABRAS Y EL TIEMPO

Las palabras son el tiempo,
agua estancada donde se bañan lejanos saurios
y las palomas de la Plaza de San Marcos.
Borges, la música será la más dócil de las formas del tiempo,
pero de un tiempo que descansa
sobre un código movible de palabras.
Después de pronunciar algunas quedamos gravitando
en la neblina o en la pesantez de las rocas.

Disfruto vocablos como ocaso, aurora, diáspora,
clepsidra, gélido...,
todos espesan mi sangre.
En este sábado,
a las dos y media de la madrugada,
rozando la impunidad hasta casi desintegrarme,
sobo mi cuerpo y siento que toco una palabra,
que soy solamente una palabra,
pero, ¿cuál?

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CASA SOBRE EL SENA

Tal vez una mañana al abrir su estropeado buzón
lo encontrara usted inundado por la lluvia,
y dentro de ese mar íntimo, mi carta
-lógicamente con palabras borrosas-,
que la hizo creer que fuera escrita por un amigo
desde un país lejano.
Pero no es así.
En su barcaza soportó frialdad, mucho olvido.
Las goteras del techo eran tantas
que más de una vez llegó a soñar
si no estaría en el fondo cosmopolita del río.

No pudo bailar la "Danza Ibérica"
que compuso su padre,
únicamente le fue permitido oír la música
de los organilleros en la calle.
Soy una página de ese diario suyo
que no interrumpió para ser otra
de las suicidas del Sena en el invierno.

Todas las cosas tienen delante senderos espinosos.
Lo supo, lo supimos a tiempo, antes del vadeo.
Algún día, Anaïs, desembarcaremos para siempre
en esa "isla de la alegría" soñada por usted,
donde no hayan "ratones temerosos".
De todas formas nos queda el sueño.
Nadie cambiara de sitio su casa decadente y bohemia.

No es agradable pasar de un puente a otro puente.
Su barcaza seguirá navegando río arriba y río abajo,
enamorada del corazón lluvioso de París.
Es hermoso tener una casa sobre el Sena,
al alcance de las locuras de Antonin Artaud
o de los manifiestos de Bretón.

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AMIGO CON CORBATA Y DÍGITOS
A Ponte
Mi amigo, el que mira atento,
se levanta en la mañana alta y sale a recibirme
en bermudas, sandalias, un pulóver
y su corbata siempre húmeda.
En sus dedos los dígitos incansables
que movilizan desde su casa-castillo
a toda la ciudad.
Además lleva un vaso de infusión
que se enfría progresivamente.

Él apaga mi entusiasmo y me obliga a callar,
pues parece intuirlo todo.
Así, con pausas bien marcadas que traen
el silencio ante sus ojos claros
-recuerdos de la antigua bahía-,
va diciendo "ya-ya-ya".

Mi amigo sin moverse surca el aire
y da una vuelta
por La Víbora, El Vedado o Centro Habana
recibiendo un mundo actualizado.
En su cuarto tiene un viejo pero temible cañón,
que entre otras cosas, justamente a las nueve,
sacude el aire y dice a la no tan fiel ciudad
que puede abrir todas sus puertas.
Entonces comienzan a girar las plataformas
circulares de las mesas
y los contertulios dan inicio al rito
de las decapitaciones.

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LÍMITES

Nunca fui más allá de mis pisadas
violando el espacio deshabitado
de la sombra que proyecto.
Escucho todas las voces,
cada indicación del aire,
pero siempre el corazón golpea
la veleta de un horóscopo de otra época,
dictado por un astrólogo ciego,
que tropieza en cada giro a causa de sí mismo,
de su manto roído y negro.

Todo está cartografiado.
Las cotas, las estimativas son improbables.
Es necesario recorrer cada camino.
a pesar de las múltiples pisadas de otros pies.
a pesar de la sangre que indica que allí hubo
un encuentro encarnizado.
No es posible huir en soledad.
Cada ruta existe a partir de nuestros ojos
Siempre se llega a un puerto
donde no se venden boletos de regreso.

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DUDAS

Puede que su cuerpo sea muy frágil,
tan dulce y fresco como un pez;
puede que su sombra sea bienhechora
como la primavera,
germinación de mi costado poco luminoso.
Puede ser.
Yo no estoy seguro de esas cosas.

Pero... ¿qué es un cuerpo de mujer desafiando
la supuesta infinitud de un hombre,
de sus músculos, vuelto así,
de esta manera,
un manso animal acorralado?

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PRECIO

Esa es la voz de quien se despide,
el gesto largamente insinuado.
Nada pudo ofrecer de la infancia
ni de una adultez sin espejos.
Perdió sus pasos en los recodos
con turbiedad de aguas estancadas.
Miren el corazón que traicionó siempre.
Sólo admiraba la sombra
donde descansan los muchachos:
su más deseada fe.
Recorrió calles buscándolos como ciego.
Estas piedras encierran toda su vida.

Ninguna lluvia será suficiente
para aplacar el fuego
en que vino a parar la eternidad.

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II
LETANÍA POR MI CIUDAD
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre.
Cavafis
Uno posee a una ciudad
en el momento que la siente palpitante,
 respondiendo a nuestro aliento,
cuando cada latir suyo es presentido
por el propio corazón que le responde.

Uno posee a una ciudad
si nos deslizamos en sus aguas
con algo más que el ruido
de nuestros pasos solitarios.
Una ciudad es nuestra
cuando sus muros expresan de mil formas
los graffitti sin límites de todos los amores,
de todas las carencias.
Pero una ciudad no abandona a sus dioses
detrás de las paredes condenadas,
ni los deja solitarios en los rincones
sólo porque sus campos son fértiles
y el grano ahora abunda en los hogares.

Uno ama a una ciudad, la siente suya,
cuando sus puertas se abren a nuestra voz,
perdida en la noche o instalada tal vez en los ojos
desde hace mucho tiempo para siempre.

Uno ama a una ciudad
cuando nos brinda su cuerpo,
sin que medien palabras a favor de nuestro amor,
de nuestra hambre,
si responde al reclamo apasionado de la urgencia.
La ciudad es nuestra
cuando todos sus rincones
nos enseñan sus misterios y sus sombras.

Uno ama a una ciudad
si nuestras ropas ajadas,
propias del solitario, son comparables
a las más espléndidas vestiduras de los príncipes medievales.

Una ciudad no es sólo un punto cartográfico,
ordenación de calles que eternizan
a sus hijos más ilustres.
Una ciudad es lo que está más allá de la mirada,
lo que muy breve se asienta indesterrable
en nuestra vida para siempre.

Una ciudad no puede ser esta pecera
en la que nada sobrevive,
mientras sus algas se marchitan sin sentido
y decoran un habitat más muerto que Pompeya
y sus amantes petrificados.

Uno ama a una ciudad
cuando sus jóvenes pedalean sudorosos la tarde
y los más viejos, en un parque, repasan las horas
sin sobresaltos ante la angustia de los días,
sin necesidad de enfrascarse en complicadas
transacciones con el invierno.

Todo puede suponerse de mi voz,
de mis palabras más cansadas que esta letanía.
Sin embargo,
yo defenderé la más humilde de sus casas,
la más indefensa de sus puertas,
cuando el vigía, en la alta torre,
anuncie las hordas enemigas.

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OTRO POEMA A LA CIUDAD

Estuve ante las puertas de la ciudad,
busqué mi nombre en todos los edictos
y no apareció;
solo oí las canciones que empezaban a entonar
los visitantes
a los que ofrecía la ciudad sus más caros vinos.
La ciudad ahora les inspira versos
porque ya no ofrece resistencia;
es un violín en manos de un ejecutante
que nos niega sus hombros para sostener
en los muros la pátina de nuestras vidas.

Oh ciudad, déjame contemplarte por encima
del desconcierto de quien lo ha entregado todo
y no recibe nada;
acoge el vaho de mi aliento en esta hora
en que las cosas parecen igualadas por el sueño
y deambulo por las calles;
permíteme que disfrute tus sillones para ver
la llegada de los visitantes como única sorpresa.
No me condenes a la ergástula
de los que rompen tu corazón
en el goce sobreabundante de tus bienes.

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EN LAS MARGENES

A José Félix León


Entregué mi corazón sin tener en cuenta
que existían leyendas
salidas de la suciedad de la noche.
Nunca pude objetivarte, decir:
este es tu cuerpo, tu sustancia huidiza.
Mis manos sólo hallaron músculos dispuestos al encuentro,
mientras los labios desgranaban, una por una,
palabras de un rosario impronunciable
que luego deshacía la mañana,
cuando nos alejábamos de la osamenta bochornosa,
maderamen de todo lo vivido.

Para nosotros no se hicieron los puentes.
Únicamente tuvimos instantes sin pasado,
tierras vírgenes,
sorpresas como tatuajes indescifrables sobre la piel.
Es cierto,
mas supe a tiempo que oía nombres
que tal vez hubieran sido la expresión más cara
de los sueños,
pero que otros no aceptaron por ambiguas analogías
y sortilegios
que pusieran en peligro la firmeza del techo de la casa
o las historias dominicales de la abuela,
en las que siempre fuimos héroes,
conquistadores de muchachas,
capaces de soportar las inquisiciones,
después de olvidar el temblor del cuerpo en los zaguanes,
donde recibíamos un abrazo de murciélagos familiares.


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