Fidel Valverde Montano

(Pinar del Río, 1956). Poeta y narrador, miembro de la Uneac. En Ediciones Loynaz ha publicado las novelas Yerbabuena (1998); La virgen de los cayos, (premio de Novela Dulce María Loynaz) Diputación de Córdoba, España, 2001; Tercer Testamento (2009); Las columnas de Jericó (2013); así como los poemarios Las huellas en el aire (1992) y Dulce mujer pensada (2009). Ha dictado conferencias sobre literatura cubana en las universidades de Córdoba y Sevilla, España, y en instituciones culturales de los Estados Unidos. Poemas suyos aparecen en antologías cubanas y extranjeras.

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De Las huellas en el aire
(Ediciones Loynaz, 1971).
                                          

CREACION

Entró el aire a la flauta
y se llenó el espacio de armonía,
y la armonía entraba a los oídos
dando deseos de besar,
de besar y ser beso en labios vírgenes.
Entró la luna en el bosque,
rompió la noche en dos y los cocuyos
tuvieron una lámpara y un ojo
que los ve, que los siente, que los sigue.
Entró el sueño a mi cabeza
vestido de mujer, y creí que existías
y te salí a buscar por las ciudades,
por las aldeas en la edad de los arados,
y te encontré y al verte entré a tu cuerpo
y se inició la vida entonces en el mundo.

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falta libro.
Te recuerdas amor, cuando nos encontramos en la
Estigia, en la mismísima barca de Caronte, rumbo al
infierno. Recuerdas que venías desde todos los pecados
capitales y yo desde los capitales pecados. Por eso nos
encontramos en la Estigia.
Recuerdas que nunca te había visto. Para mí
carecías de historia, de fábula, de mito aunque venías
de todos los pecados capitales.
Para ti simplemente era la nada, sin memoria, sin
biografía, aunque sabías que también venía de la capital
de los pecados.
Pero nos encontramos en la barca de Caronte y el
anciano diabólico, nos increpó al vernos y rascaba su
barba senil, y daba con el remo en el río de sangre, con
ímpetu, con cólera. Porque sabía que aunque los dos
veníamos de los pecados capitales, íbamos a llenar de
amor, todo el infierno.

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Tálamo solitario

Hay camas que parecen un desierto, un
desierto, un desierto, sin oasis, sin nubes, sin tiendas
de beduinos, son camas más anchas que una playa
solitaria, sin veleros ni gaviotas, sin bañistas ni
paraguas.
Tu cama es una cama solitaria, que navega en
la noche entre estrellas silenciosas y planetas dormidos,
es una cama sola, más grande que el Sahara, con su
sábana blanca, con blancura de ostia, con blancura de
nieve fría y triste, sábana sin mancha, que recuerde un
amor haciendo travesuras. Es una cama que navega por
el tiempo como navegaría por el mar un velero
fantasma.
A veces, dando vueltas en esa cama, desde una
orilla a la otra, das más vueltas que el mundo alrededor
de nadie, si te caes parece que te caes en un abismo.
A veces, sobre la alba blancura de la sábana, se
hacen unas arrugas y te parecen dunas que han crecido
en tu desierto. Otras, sobre el montículo de arena que
forma tu almohada, aparecen serpientes, dromedarios,
nacen cactus que hieren tus mejillas. Ves en el
espejismo que una mano se acerca, que una boca se
acerca, que unos ojos se acercan, y al despertar
descubres que estás solo. En el desierto de tu cama
solitaria.

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Add pendem litterae

Ya eres una historia antigua en mi memoria
emocional, ¡tan antigua!, que a veces pienso que no fue
en Troya sino en Cartago nuestro encuentro. Tan vieja,
tan antigua que me confundo al recordar el beso que te
di. Y no preciso bien si fue a Helena o a Cleopatra, si a
Beatriz allá en el cielo o a Mesalina en el infierno,
aunque no lo preciso bien, está el beso borroso
estampado en la tablilla de arcilla de mi reminiscencia.
Sé que los besos que se dan en el infierno se
graban con fuego y no los puede borrar el paso de las
Eras, ni las catástrofes presentes, ni el agua que los
limpia. Los besos que se dan en el infierno, perduran
más allá de las cenizas. Sobreviven a Troya, a las
pirámides, son besos que en el cielo, cierran todas las
puertas de un golpazo.
Pero ya tan antigua, tan antigua en mi memoria
emocional, que a veces te recuerdo por las calles de
Damasco, salida de los cuartos de las Mil y una noche,
otras sobre un pegaso sobrevolando Tebas.
No sé qué está pasando en mí, que te recuerdo mía,
otras veces de otro. O será que fui otro que se llegó
hasta ti para instalarse fijo en tus latidos.
A veces te recuerdo tan vieja, tan antigua, que si
desentierran los huesos de un mamut, estarían en sus
huesos grabado nuestros nombres.

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Jubileo

No sé qué pasa amor que estoy viviendo como en
una epifanía. Los frutos vienen a mí sin que los busque,
las cariátides me sonríen cuando paso y sobre las
cornisas los gorriones me hacen ronda. No sé qué
tienen las flores que me han dicho que existen porque
yo las contemplo, y que al pasar las aves migratorias se
llevan el mensaje de mis versos a otras tierras.
Estoy viviendo en una epifanía. Si entro a
Jerusalén seguro batirán las palmas y seguro que
Judas llorará sobre el fallido beso en mi mejilla y seguro
rey de reyes sin corona ando, por estas calles que me
han visto pasar por sus espejos.
No sé qué está pasando en este mundo que estoy
en una epifanía, ¿acaso vendrá después la crucifixión?
¿Será que en el monte de las calaveras me estarán
esperando Vestal y Dimas, y que Pilatos lavará sus
manos cuando me cambien por el loco más loco de este
pueblo?
Si viene la crucifixión, que venga con todos sus
atuendos, porque ahora estoy viviendo una nueva
epifanía y la voy a gozar aunque después se viertan
sobre mí todos los cáliz, aunque después me alcancen
las espinas para hacerme una corona, y aunque
después desde el madero tenga que contemplar mi
propia muerte.

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Poema con adjetivo

Mujeres que ha mi vida dieron fuego
díscolas, suaves, tiernas e infernales
y todas con mis manos se volvieron
orgasmos siderales.
Hoy quisiera tenerlas todas juntas
en una cama cósmica, entre sábanas gigantes
para morder de nuevo las uvas de sus pechos,
y sentir que soy Dios por un instante

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Del libro  Las huellas en el aire

Ediciones Loynaz, 1971.

Creación

Entró el aire a la flauta
y se llenó el espacio de armonía,
y la armonía entraba a los oídos
dando deseos de besar,
de besar y ser beso en labios vírgenes.
Entró la luna en el bosque,
rompió la noche en dos y los cocuyos
tuvieron una lámpara y un ojo
que los ve, que los siente, que los sigue.
Entró el sueño a mi cabeza
vestido de mujer, y creí que existías
y te salí a buscar por las ciudades,
por las aldeas en la edad de los arados,
y te encontré y al verte entré a tu cuerpo
y se inició la vida entonces en el mundo.

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