Luís Hugo Valin Suarez

 (Pinar del Río, 1962) Narrador y poeta. Ha obtenido los premios: Baragaño de poesía (1990); David de literatura infantil (1999); Loynaz de narrativa (2001); Premio Villaverde de narrativa (2002); Premio Dador (2006); Open International Poetry Contest (2006); Poet Scholar (2008) y Editor Choice Award (2006 - 2008). Tiene publicados los libros de cuentos: Uno para nadie (2001); Hijo pródigo (2002); Cómo pude divertirme tanto (2003); los libros infantiles: La ballena rosada (2000); Dagal Dakan y los peces ciegos (2005); El ballenato azul (2008); la noveleta de ciencia ficción Hacia la eternidad (2006); y los poemarios: You are the glory (Blue Bird Editors, USA, 2006); Come back to the Hotel California (Blue Bird Editors, USA, 2008).

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De la Antología de la Poesía Cósmica de Pinar del Río

Nota publicada en Cubaliteraria
Daima Cardoso Valdés, 03 de Agosto de 2006

LUIS HUGO VALÍN SUÁREZ: “Escritor pródigo”

Confiesa que desde pequeño le gustaba la lectura, algo que heredó de su abuelo materno, y que agradece, pues el amor por esta le permitió convertirse en un escritor que se muestra tal cual es: bonachón, campechano, juicioso.
Ganador de importantes premios y menciones en concursos nacionales y foráneos como el Álvarez Baragaño, Pinos Nuevos (2001), Ateneo, Villaverde (2002), Hermanos Loynaz (1991, 1997, 1999 y 2000), Italo Calvino, Gabriel Sijé (estos dos últimos en España) y más recientemente el Dador (Beca de creación que otorga el Instituto Cubano del Libro), es Luis Hugo Valín uno de esos creadores que sostiene que la buena literatura es la que refleja y transforma la vida.
Cuenta en su haber con seis libros publicados que abarcan diferentes géneros –entiéndase cuento, novela, literatura infantil–, lo que hace que, a mi juicio, sea un escritor versátil; sin embargo, para él, es en la poesía inédita aún, donde halla más placer.
Al  leer su obra se tiene la sensación de estar ante el escritor que se presenta tal cual es, como persona. No hay un divorcio entre el creador y el ser humano que es Valín. Gusta de llamar las cosas por su nombre y eso lo hace más creíble, más real, más verdadero. Como todo buen hijo del signo de Géminis es locuaz, ingenioso y con habilidad para expresarse.
Al abordar temas infantiles toma como referentes al mar, al espacio sideral, en tanto le cautiva la inmensidad, pues despierta su fantasía y encuentra en ellos poéticas muy propias para los pequeños; quienes disponen, en Vueltabajo, de textos como La Ballena rosada y Dagal Dakam y los peces ciegos, los cuales están llenos de mensajes educativos y reflexiones que hacen del niño una persona más completa.
En un ambiente familiar, y teniendo como pretexto la presentación en Vueltabajo de su último libro Hacia la eternidad, cuya edición corrió a cargo de Extramuros, dialogamos por espacio de tres horas.
Una vez concluido el mismo nos fuimos con la certeza de que la literatura pinareña tiene en Luis Hugo Valín a uno de sus mejores exponentes, y que cuando se devele como poeta, este género va a ganar un bardo en toda la extensión de la palabra. ¡Sea pronto y enhorabuena para las letras impresas!

¿Desde cuándo sientes inclinación por la literatura y cómo es que nació, y se desarrolló, el escritor que eres?
“Desde niño supe que sería escritor, quizás debido al hábito de la lectura que inculcaron en mí el abuelo Vicente y mi padre; pero la toma de conciencia de la literatura como arte se la debo a las lecciones que recibí a mediados de los años 80, del siglo pasado, de quien considero mi padre literario, el escritor José Alberto Lezcano”.

En tu producción literaria hay dos títulos dedicados a los niños, ¿cómo ves el desarrollo de esta literatura en la provincia?
“Creo que la semilla que plantó Nersys Felipe ha fructificado y quizás, después de la narrativa, la literatura para niños es el género de más fuerza en la provincia; así, desde las Brujas, de Nelson Simón, libro que he disfrutado mucho, hasta la poesía de Benigno Horta, el diapasón es muy amplio y prometedor, con escritores muy buenos y consagrados que nos ubican en una posición privilegiada en el país”.

En tu literatura para niños es una constante el mar, ¿por qué?
“El mar me da el infinito, el infinito me ayuda a soñar, y de esos sueños nace mi literatura infantil; aunque debo reconocer que esta faceta de mi obra es bastante tradicional, por decirlo de algún modo”.

Parejo al escritor para niños hay en ti un humorista, me refiero al libro Cómo pude divertirme tanto, ¿son esas historias autobiográficas? ¿Las consideras subidas de tono?
“El libro es testimonial, aunque el narrador compone un poco las historias para que den más gracia. La etapa que recoge fue un momento de mi vida, muy divertido, por lo que es un reconocimiento a una parte de mi personalidad.
Dice Ulises Cala que la consideraría literatura menor si no fuera porque me conoce, y sabe que yo soy así.
“En cuanto al tono no me preocupa mucho, aunque el libro puede catalogarse como una especie de neopicaresca, hay en la literatura actual una corriente llamada realismo sucio que ha puesto de moda llamar las cosas por su nombre, y el texto un poco que es eso. En el plano personal me ha dado muchas satisfacciones y me ha hecho más querido entre mis lectores”.

¿Qué escritores de la provincia admiras?
“La poesía de Nelson Simón, René Valdés, Felipe Arroyo y Gleivys Coro me parece muy lograda; en literatura infantil mi preferido es Benigno Horta, y en narrativa están Ulises Cala, Alfredo Galiano y Juan Ramón de la Portilla”.

¿Y los escritores jóvenes?
“Hay dos poetas en los que veo mucho futuro: Luis Amaury Rodríguez y Mariene Lufriú; en narrativa la obra escondida de Rodolfo Duarte me parece destinada a lugares cimeros cuando se decida a mostrarla”.

Tu último libro es una novela de ciencia ficción, ¿piensas seguir incursionando en el género?
“De hecho esta novela es la primera de una trilogía y sí, me interesa mucho la ciencia ficción, no tanto por la tecnología sino por el campo que abre para la Filosofía y el conocimiento del ser humano”.

En tu libro de cuentos Hijo Pródigo (Premio Pinos Nuevos, 2001) y ahora en la novela inédita, que acaba de ganar el lauro Italo Calvino, desarrollas el tema del éxodo y las dos orillas, ¿por qué esa recurrencia?
“Una de las limitaciones de las nuevas generaciones de cubanos es su desconocimiento de la sociedad capitalista; entre los jóvenes prima la imagen edulcorada de las películas de Hollywood y las mentiras de los que regresan de turistas a especular. Yo viví ocho años en México, Estados Unidos y Costa Rica, y trato de proporcionarles mi visión de esa sociedad.
“La receta que aplico es ir a la hondura humana, no a los adornos. Como es un tema que me tocó vivir tan intensamente un poco que exorcizo mis fantasmas -que son tan personales-, a través de la escritura, y es ahí donde radica la autenticidad de un tema que no cae en el panfleto ni la caricatura”.

¿Cómo ve Luis Hugo Valín la obra del Centro Provincial del Libro y de la UNEAC en la provincia?
“El Centro Provincial del Libro ha promovido numerosas tertulias, así como el Patio de los Poetas, espacios que no deben perderse. En cuanto a la UNEAC siempre ha sido indiferente a mi obra literaria y por mi parte les devuelvo la indiferencia”.
¿Planes inmediatos?
“Sí, estoy trabajando en la segunda versión de una novela que se llama “Redención Yoruba”, y es una especie de antipolicial donde se rompe con el esquema que ha seguido el nuevo policial cubano de copiar la novela negra norteamericana, y a la vez se recrea, de un modo personal, muy onírico, fantasmagórico y por qué no, hasta demencial por momentos, la religión afrocubana”. [1]

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De la Antología de la Poesía Cósmica de Pinar del Río

Lorenzo Suárez Crespo. Frente de Afirmación Hispanista, A. C. México 2005


SONETO

Fuego rosado cuando te levantas
de las mentiras cáusticas del vientre
y en exceso frutal, fiebres espantas
por ilusión de niño. Que no encuentre
después del beso sitio donde, lejos
de todo aroma, lluvias se amilanen
por las ansias, y en mágicos espejos
aparezca la herida donde emanen
cual fina yesca, cánticos de luna
para yacer de nuevo entre caricias
que de tus pechos como suave cuna
nacen al sol y casi son delicias
de un fuego reposado, dura duna,
espejismo fatal, dador de albricias.

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De la antología Hacer el cuento

Selección de autores pinareños. Editorial Cauce. Año 2012

ENTRE EL ÁNGEL Y LA BESTIA

Padre nuestro que estás en los cielos y los ves. Ella, María como la virgen, no es virgen. Y el otro, apenas un destello entre las piernas de esa mujer que puede ser su madre y es su mujer, se entrega sin ira pero sin ternura. El rostro contra la almohada y las manos de María sobándole la espalda, invitándolo a consumir una sed que no existe sino como un sostén ante la vida.
El sabor del cigarro, su boca.
Y él hunde sus labios en los otros: largos, delgados, manchados por la espera, “un sitio donde esconderse, ni mejor ni peor, un descanso”. Sintiéndola transpirar, “establo y heno, vieja bestia”. Y apretarlo, zafarse del abrazo y murmurar un nombre. No con dulzura, pasiva, casi indiferente, un nombre.
—José.

Así, hasta alzar las piernas para más y más. Luego el olor del herrumbre de su lubricación y los gemidos, ambiciosos y densos, “para esconderse y resistir el tiempo, tan solo resistir para saberse vivo”. Creciendo en el abismo donde ella termina por reconocer su propia fragilidad mientras él vuelve a besarla sobreponiéndose al sudor que en la virgen delata los años y en José algo semejante al hastío.
José, un cigarro, uno más.
María, la virgen, elegida para concebir al ángel y ser ángel toda ella, yace mansa, herida por los sueños y el esfuerzo ante la abulia de un José que le da la espalda, corre el pestillo y se va al baño.
El agua entonces: mil agujas. “Ni para resarcir ni para lastimar”. Y José cierra el grifo y murmura.
Otra vez.

La sensación inútil de evasión que el agua deja por su cuerpo. Y entonces se frota con la toalla y en el lavamanos se inclina para limpiarse los dientes buscando borrar el rastro de desdén que la mujer le deja en la entrega.
“Estar vivo, devorando el entorno y los sueños, devorado”. Y otra vez es el cuarto donde María espera el perdón de un José que, abatido por la desgracia de no ser él en ella ni ella en él como en los sueños, y mellado por la esterilidad del largo día y deseoso del cuerpo de la virgen para olvidar, acepta las alucinadas versiones con que ella encubre su infidelidad.
—Tú, el único hombre de mi vida, antes solo dios.

Y dios los mira, los deshace según su voluntad. Ella duerme, fuera de las sábanas su costado izquierdo como ventilando esa obsesión. Y José se deja caer al lado de la virgen y, con una mueca de hastío, se pega a sus caderas. Pero no, ahora el óxido de las entrepiernas, el semen vertido antes y el sudor ya seco, forman un todo único, un halo de miseria que la borra y la distancia, protegida por el señor.
Mirándolos: ahora en la vida como en el mito, ellos, en la tierra como en el cielo, ahora. Su voluntad absoluta.
La luz que entra por el ventanal rueda sobre los cuerpos y va a dar en el espejo de la cómoda y allí los ilumina: el joven con las manos en la nuca, meditabundo; ella encogida, dentro del sopor.
María y José.
“Pedazos, rastrojos, hojarasca; y suponiendo que fuese verdad y tiene el hombre la necesidad de testificar para alcanzar lo eterno, se pone entonces a llorar y escribe, es su manera, ha nacido para ello. Atraviesa la oscuridad y, como ave de rapiña, hace literatura de sus carnes tumefactas, acrisolándolas con el verbo de un dios que en lo alto se burla, jactancioso. Luego dice amar; y dice bien, sepultándose con palabras que ha amamantado y se le vuelven ajenas, reacias a devolver la ternura con que han sido paridas”.
Entonces lo siente, más que súplica: el llamado.
Y, apoyando las manos en la cama, se deja llevar. Sí, es la hora. José, el amanuense, elegido por dios para criar varón de otro, como de otro son las palabras que usa para escribir esas historias que tampoco son suyas, sino dádivas de la curiosidad y el instinto.
La hora de escribir.
El cuento de ellos, “la cópula de mutuo apoyo”. María buscando olvidar el bochorno de haber sido usada tantas veces por tantos hombres, y el escritor en María no el sueño de la fecundidad sino esa amarga fragancia de un hogar lejos de los hombres y su trasiego de bestias del trabajo al trabajo.
Se incorpora y es la noche de una mansedumbre y en José hay un vigor, “la historia de ambos, el poquito de muerte de cada día”. Una oleada demasiado tiempo contenida, regateada entre tragos y conversaciones banales, un deseo de pagarle esa confianza nacida en la carne y el sexo; pero, al fin y al cabo, su único refugio.
Sentado en la sala, al frente las ventanas abiertas al balcón: un pedazo de cielo. Solo él, no el hombre que padeció la anunciación de ser el elegido para criar al hijo de dios en la fe, sino el que escribe a ciegas, porfiando, debatiéndose en esas historias que no encuentran editor y van, trastabillando, de sus manos a las de ella y de ahí al olvido, sin despertar más que piedad. Nunca el hombre; algo de sí, pero sublimado en las cuartillas donde escribe, como las creaciones de Beckett, condenado a resistir su triste humanidad. Y escribe: padre nuestro que estás en los cielos.

Y así comienza la historia.

Pero, ¿y el ángel, Jesús?, ¿dónde está el hijo de dios?

Así caen las horas, fuego que se cierne sobre sus cenizas y vuelve a ser. José, renegado en el Jerusalén de su escritura, suspira, se aparta del texto y mira el reloj de pared: cercanas las dos de la madrugada y solo ha comenzado el cuento. Lo sabe y se levanta, casi con dolor, para recorrer la distancia hasta el balcón. Se recuesta y murmura.
—Siguen siendo muy desgraciados los artistas, señor Van Gogh.
Hay luna nueva y cierta inquietud en el pedazo de cielo que se recorta en la monótona línea de los edificios. Abajo el gris de la avenida mal iluminada y, en los bordes, la hierba brilla con el rocío de su verdor. A la derecha un bosque de pinos y una buldócer fangosa que parece esperar la luz del día para no rendirse y continuar mordiendo, arañando la tierra hasta el fin del pinar. Al otro lado vuelven los edificios y en ellos otros hombres duermen, tranquilos, sin rastro de esa angustia que es un reto a dios y un castigo.
Los otros: más limpios, más sencillos. Y entre ellos y el escritor, como su absoluta decisión de consagrarse y no ser sino palabras, la avenida entre la noche donde termina la ciudad.
¿Y el niño Jesús?
Vuelve entonces sobre sus pasos, sobre sí mismo se humilla y ante las hojas se sienta a escribir, casi sin respirar, la historia de la virgen y su propia historia.
Con un estilo retorcido en faulknerianos meandros, faulknerianos ella y él.
El escritor: José para los nazarenos, cualquiera, un amanuense en la noria, atado como todos a su realidad y a sus sueños, marginado por no poder escribir y publicar, y condenado por no poder dejar de escribir. José.
Pero, ¿dónde está el hijo de dios? El que nos va a liberar de todo mal y tentación, ¿dónde?
Finalmente cierra la libreta, se incorpora, y va como un autómata hasta el cuarto donde el hijo de María duerme. “Pesebre, alba estela”. El ángel, no el fruto de su carne sino de su ternura, así como José es el escritor y María la virgen, es el niño. Jesús.
El niño, ovillado en sus tres años, tiene de remanso. Y José le mira el candor de los labios, la respiración sosegada y cómo el pelo se le estremece con el aire del ventilador.
“Y va a crecer, ángel para los hombres, a romper su ingenuidad contra el goce del mundo; Jesús, la brizna que habrá de agonizar cuando se crea elegido.
Y querrá entonces decir y será el verso, será la miel sobre la cruz de la adultez. Luego vendrán la traición y el juicio y la parte de rencor y aguas dañinas; tú, hijo de dios, criatura que no podré reconocer”.
José se acerca, lo cubre con una manta y besa la mejilla que otro habrá de abofetear, “pequeño surtidor, mi aroma suave”. Jesús, el hijo de María y no de su vigor, la fina y dulce urdimbre del ángel ante las puertas de la perdición.
Se persigna y, ya saliendo, musita.
—Que dios no te bendiga nunca.
Ya la historia tiene un nombre. Lo tiene incluso antes de conocer a María y al niño Jesús, antes de escribir el primer verso y padecer la incomprensión, tal vez antes de nacer, entre el ángel y la bestia, cuando él también era parte de la semilla de dios. José, hundido y humillado, dotado si no con la exactitud del genio sí con el ansia y el afán de tantas noches, una sobre la otra hasta esta, solo un puente entre las pasadas y las por venir.
Sonríe: un rictus.
Y la sonrisa se le va borrando mientras se sienta en la cama donde la virgen duerme con un ronquido de animal moribundo, en piel y huesos suyos como de ella es la historia que acaba de escribir: “deípara, paridora de dios”. Hasta sentir cómo el calor de la mujer lo va invadiendo, alejándolo del castigo que tendrá que sufrir durante mucho tiempo aún.
Ella y él, entre el ángel y la bestia, tremendamente humanos junto al niño Jesús, aquí, ahora.
Amén.


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