Aldo Martínez Malo
Pinar del Río, 1932. Periodista, investigador y
crítico. Ha ofrecido conferencias en Cuba y España, y ambas naciones le han
conferido importantes galardones. Artículos suyos aparecen en revistas
nacionales y extranjeras. Tiene publicados los libros Rita, la única; Pedro Junco: como soy; Confesiones de Dulce María
Loynaz; el Milanés ¡a escena!, así como las compilaciones Obra completa de los hermanos Saíz; Cartas
que no se extraviaron; Como estrella escondida y Melancolía de otoño. Falleció.
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del libro Amor del Alas
Ediciones
Loynaz, Pinar del Río, 2001.
Gabriela y Dulce María
Gabriela Mistral fue huésped
de Cuba en tres oportunidades: 1922 en donde se le rindió homenaje en el Hotel
Inglaterra, por los intelectuales Ramón A. Cala, Mario Giral Moreno, María
Villar Buceta y Fina Forcade de Jackson. Ese año se había publicado por
iniciativa de don Federico de Onís, Desolación, tal vez su más
hermoso libro, que removió toda la poesía de nuestra lengua, sobre todo, con
«Los Sonetos de la Muerte»:
Del nicho helado en que los hombres te
pusieron,
te bajare a
la tierra humilde y soleada.
Que he de
dormirme en ella los hombres no supieron,
Y que hemos
de sonar sobre la misma almohada...
Poemas que no están labrados por artífice, sino creados por
la sinceridad, por la genuina pasión, por el dolor visceral.
En 1938, invitada por don
Gonzalo Aróstegui, Juan Marinello, Mariblanca Sabas Alomá y Ramón Grau San
Martín, ofreció una conferencia original en el Instituto Hispanoamericano de
Cultura, titulada «Comentarios», donde estudiaba su poética, que casualmente
coincidía con la edición del poemario Tala, donde aparece su largo «Sol
del trópico»:
Sol de los Incas, sol de los Mayas,
maduro sol
americano,
sol en que
mayas y queiches
reconocieron
y adoraron,
y en el que
viejos aimaraes
como el
ámbar fueron quemados...
También visitó el Liceo de Guanabacoa, donde
habló sobre José Martí, y en el Teatro La Comedia dictó otra conferencia sobre
la mujer. En esta oportunidad Dulce María Loynaz había publicado su
libro Versosescrito entre 1920 y 1938 y se lo envió a la chilena. Gabriela
le respondió una carta en la que lamentaba que recibía el libro demasiado tarde
-poco antes de su partida de la Habana- y ya no era posible conocerla
personalmente. Tildó a la cubana de «orgullosa» por no haber divulgado antes su
poesía. Dulce María en respuesta le explicó que no era orgullo, sino «timidez y
que le atemorizaba la crítica adversa». En copia que conservamos de puño y
letra de Dulce María dice:
Gabriela: Pocas cosas pueden darme ya la
alegría que me dieron sus palabras. Y fue bueno el elogio responsable pero más
bueno fue sentirla venir a mí a través de catorce años: los catorce años que la
estoy queriendo sin buscarla...
Entre ambas hubo un intercambio epistolar corto pero
enjundioso, digno de recogerse para la posteridad.
En 1951, Dulce María, en
compañía de su esposo, el periodista canario Pablo Álvarez de Canas, Osvaldo
Valdés de la Paz y la declamadora Aida Cuéllar, visitó Italia y se llegó a
Rapallo para encontrarse con Gabriela en la casa de la calle San Miguel No 15,
refugio modesto, de dos plantas, rodeado de un jardín sin flores. La ganadora
del Nóbel de Literatura 1945, esperaba ansiosa la llegada de los cubanos.
«¡Mis queridos cubanos!»-
repetía emocionada, y abrazaba a Dulce María, diciendo: -«Con la llegada de
ustedes me parecen presentes todos los cariños que me han regalado en Cuba...
Cuantos dulces cariños inolvidables!».
Sin dejar hablar a los demás,
proseguía:
«Esta gran poetisa que es
Dulce María me hace pensar mucho. En Cuba conocí su libro primero, Versos,
y leí el «Canto a la Mujer Estéril», que es obra maestra. ¿Que hace ahora
chiquita?...».
Pablo le respondió que los
editores de Aguilar reclamaban otro libro de poemas en prosa. Gabriela frunció
el seño con sincera alarma.
-«Qué estoy escuchando!... No
dejen que Dulce María abandone la poesía por la prosa. Ella debe escribir solo
poesía, pues en ella vive el talento lírico que se encuentra en plenitud de
creación».
De nuevo Pablo tomó la palabra
para contestarle:
-«Gabriela, nosotros
recordamos de usted sus prosas magníficas que han contribuido también a su
fama».
Ella ripostó malhumorada:
-«Cosas querendonas, que nunca
han merecido ser escritas y divulgadas».
Y acercándose a Dulce María la
abrazó.
-«Tú tienes la gracia de la
poesía. No huyas al dolor del parto, a veces luminoso del verso, yendo a la
prosa con pretexto de descanso. Nuestro destino es cantar llorando...».
Se intercambiaron libros,
Dulce María le obsequió Jardín, su novela lírica que al publicarse en
España constituiría un acontecimiento inusual.
En aquella tarde, hora tras
hora, la Mistral contó a la hermana poetisa su drama desde la juventud a los
días actuales: la maestra rural de Ceruillos, cuyo primer enamorado se suicidó;
el otro, cuyo nombre se llevó a la tumba y que le impedía retornar a Chile por
no encontrarse con él; amor puro hacia el niño Chin-Chin, sobrino huérfano, que
vino a vivir a su lado, y después de alegrarle la vida, murió envenenado,
quedando todo en el absoluto misterio. ¡Tres amores, tres muertes!:
Soledades que me di,
soledades
que me dieron,
y el diezmo
que pague al rayo
de mi Dios
dulce y tremenda...
Con fecha 7 de junio de 1952, Dulce María responde a una pequeña epístola de Gabriela, donde la chilena le decía que «Jardín ha sido el mejor 'repaso' de idioma español que he hecho en mucho tiempo», de esta manera:
Querida Gabriela:
Jardín ha
tenido muchas dichas y la mejor de todas ha sido hacerse grato a usted.
Ya
había reparado yo en esa sutil diferencia que me observa, o sea, la que existe
entre la tierra y el jardín.
A
mí me parece que ella pudiera provenir de que la tierra tiene para usted un profundo
y hermoso sentido maternal o sea, que la tierra es femenina y el jardín es
masculino.
Por
leyes misteriosamente armónicas del idioma así lo es también de acuerdo con
nuestra gramática, pero bien sabemos que no es la gramática la que así lo determina.
El
jardín - el verdadero jardín - no el que esta pintada en un telón para retratar
a los niños juiciosos -, el jardín, Gabriela, es un macho de no sé que especie,
pero un macho terrible con todas las característica del sexo, absorbente, acaparador,
invasor.
La
tierra da y el jardín toma. La tierra se tiende y el jardín se yergue. Dicen
los sabios que el hombre también busco su verticalidad hace millones de años, y
entonces el jardín debe ser la tierra erguida y combativa.
Pero,
quien puede saber estas cosas?... Dejemos la filosofía sobre mi jardín... De
aquella tarde en Rapallo, la cena en una pequeña sala adornada de cerámica, y
su voz serena como seria la de un árbol, guardo uno de esos recuerdos capaces
de embellecer la vida por muchos años.
Pablo
mi marido, besa a usted la mano con que escribe.
Suya. Dulce
María.
De esta visita a Rapallo,
nuestra compatriota había traído a Cuba un poema titulado «La ronda cubana»,
dedicado a las palmeras características del entorno isleño:
Caminando de este a oeste
con su
arrastre de metales,
hacen la
ronda de espadas
doce mil
palmeras reales.
Entre cafés
y algodones,
y entre los
cañaverales,
avanza
abriéndose paso
la ronda de
palmas reales...
En 1953, conmemorándose el
Centenario del Natalicio del Apóstol y guía de nuestra independencia, José
Martí, arribó a Cuba Gabriela Mistral. Realmente venía a sustituir a la
uruguaya Juana de Ibarbourou, que a última hora se negó a visitarnos. Mal
momento había escogido la Mistral para su estancia en la Habana: Fulgencio
Batista, con sus tanques, demagogia y represión trataba de desviar la atención
con el homenaje.
El ambiente era tenso, y se
fraguaba lo que sería la epopeya de los últimos tiempos: el asalto al Cuartel
Moncada, en Santiago de Cuba, por un grupo de jóvenes comandados por el doctor
Fidel Castro Ruz.
Gabriela, que admiraba
profundamente a Martí, no vaciló en participar. Solo por esa causa había
aceptado la invitación de un gobierno de fuerza que la nación repudiaba.
La revista La última
hora, el mismo día de su llegada, 26 de enero, publicó en la página 19, un
artículo de ella, «La palabra maldita», con una presentación de Juan Marinello,
muy precisa:
Gabriela
Mistral se encuentra entre nosotros y La última hora quiere hacer
llegar inmediatamente a ella sus saludos de afectuosa admiración: el saludo del
pueblo cubano, cuyos niños repiten en las escuelas sus versos infantiles y
cuyos adultos le aplauden con entusiasmo sus resueltos pronunciamientos a favor
de la causa de la paz. En los actos oficiales en los que habrá de tomar parte
por devoción martiana, Gabriela Mistral andará en compañía inmerecida. Y no
habrá de ser en ellos donde encuentre, pese a todo el amable oropel externo,
que sin duda se le brindara, la comprensión profunda, el claro cariño y la
hermandad espiritual que el pueblo puede ofrecerle. Ni será allí donde Gabriela
tropiece con el honrado y fervoroso culto que ella misma rinde a Martí y que en
Cuba solo puede hallarse en estos momentos lejos de las esferas
gubernamentales. Con estas palabras a su llegada, La Última Hora, expresa
a Gabriela Mistral la cálida acogida, de todo corazón que el pueblo cubano
tiene para ella y en Martí la recibe y en Martí le estrecha la mano...
El premio Nóbel era mujer
inteligente y astuta, muy pronto olfateó el ambiente, tratando por todos los
medios de evadirse de protocolos, y se refugió en la casona de su amiga Dulce
María Loynaz en la calle 19, esquina E, en el Vedado. La familia Loynaz Muñoz
era opuesta al régimen.
Como de costumbre el Diario de la Marina, junto al
rebuscado elogio, criticaba la actitud reservada y el retraimiento de la
Mistral. En el Capitolio, el 28 de enero Gabriela habló sobre Martí de forma
ejemplar.
Pero el pueblo, el verdadero
pueblo estaba ausente y la incomprensión la rodeó.
Dos días después se presentó
en el Ateneo de la Habana, invitada con el polígrafo José María Chacón y Calvo
y acompañada por Dulce María Loynaz, que leería los últimos versos escritos por
Gabriela para su libroLagar. Pido permiso para recordar ese día como testigo
que fui de tan alto acontecimiento cultural:
Fue la primera
vez que vi personalmente a Loynaz, dando el brazo a Mistral. Alta, de tez
rosada, con la mirada clara, distante, la chilena no cuidaba el vestuario ni su
apariencia en general. La cubana era todo lo contrario, sonriente, frágil,
elegante desde el peinado hasta el calzado.
Ubicado en un rincón pude
observar y oír que Gabriela hablaba sin matices, como en salmodia (muy parecida
a Neruda), mientras Dulce María, recitadora sin estridencias, triunfaba sobra
las dificultades de la construcción y áspera veracidad de la poesía de la
Mistral. En la trémula voz de la cubana los versos eran otra cosa:
Lo que corre de mi frente
a mis
calenturientos;
esta Isla
de mi sangre,
esta
parvedad de reino,
yo la
devuelvo cumplido
y en
abrazada se lo entrego
al último
de mis árboles,
a tamarindo
y a cedro...
De vez en vez, Gabriela miraba
al público y en sus finos, apretados labios dibujaba una fugaz sonrisa. Su
frente amplia, leonina, iluminada, era el centro admirable de su físico.
El público que desbordaba el
Ateneo aplaudió cálidamente a las dos grandes mujeres. El matrimonio Loynaz
Álvarez de Cañas abrió las puertas de su casona del Vedado para recibir a la
prensa de todos los istmos. Allí se encontraba a la derecha: Gastón Baquero
representando al Diario de la Marina; Mariblanca Sabas Alomá del centro, y
Mirta Aguirre con Ángel Augier de la izquierda, o sea, el periódico
comunista Hoy.Tenemos testimonio gráfico de Gabriela, Dulce María y Mirta
cogidas del brazo en franca armonía.
En esa oportunidad Ángel
Augier le hizo una valiosa entrevista a Gabriela, preguntándole sobre José
Martí que merece recordarse:
Es
agradecimiento todo, en mi amor de Martí, no solo al escritor, también del guía
de hombres terriblemente puro, que la América produjo en él, como un descargo
enorme de los guías sucios que hemos padecido, que padecemos y que padeceremos
todavía. Muy angustiada me pongo a veces cuando me empino desde la tierra
extraña a mirar hacia nuestros pueblos... y les toco la injusticia social, que
hace en el continente tanto bulto como la cordillera misma, las viscosidades de
la componenda falsa, el odio que lo tijeretea en todo su cuerpo y la jugarreta
trágica de barrio a barrio nacionales...
(Revista Bohemia.
Año 45-No. 5. La Habana. Febrero 1 de 1953)
Todavía me pregunto cómo se
logró una simpatía recíproca entre mujeres de caracteres tan diferentes, porque
tengo entendido que la Mistral era «difícil y áspera» y «decía lo que pensaba
sin preocuparse si hería a su interlocutor. Era muy directa en sus
apreciaciones», y Dulce María Loynaz decía que «nuestra afinidad venía del amor
a la belleza, de nuestra fe religiosa. Aunque en ella había una dureza de
carácter que en mí no hay».
En varias oportunidades Loynaz
me habló de la coincidencia en gustos literarios, poniéndome por ejemplo el
siguiente:
Una tarde
dedicada a estos temas, le pregunté que cuál era, en su opinión, el mejor poeta
de América Latina. Gabriela sin titubear me respondió: «Rubén Darío», lo cual
me llenó de sorpresa, pues él era algo pomposo, dado a la grandilocuencia. Y
seguidamente, de manera capciosa fue Gabriela quien me preguntó: «Ah, y la
poetisa?». Palidecí y ella salvándome del aprieto me dijo: «No vaya a cometer
la simpleza de decir que soy yo». Entonces dueña de mí le conteste con el genio
vivo: «No voy a poner a otra a su lado, pero voy a decirle otra verdad que tal
vez no le parezca tan simple: Si otra de nosotras, como dice usted hubiera
vivido los años suyos no sería usted la primera poetisa de América, sino
Delmira Agustini. «Gabriela, sin inmutarse, contestó: «también coincido con
usted».
La presencia de la célebre
escritora fue pretexto propicio para la organización de encuentros con
intelectuales, cenas, ágapes de homenaje.
En el hogar de la Loynaz
coincidía lo más ilustre de las letras y la burguesía habanera, lo que a la
invitada le era indiferente, no le interesaban aquellas cortesías sociales. La
anfitriona no le entendió en ese sentido. Incluso la amistad se quebró porque
Gabriela le hizo una acción inesperada cuando dejó plantado a un grupo de
personalidades que le rendirían honores durante un almuerzo. Dulce María habló
sobre el encuentro, que creyó muy importante, porque hasta el embajador de
Chile estaría presente. Pero Gabriela acompañada de la periodista Mariblanca
Sabas Alomá se fue a la playa. Dulce María las llamó repetidas veces al Club
donde sabía que estaban, y las palabras de la Mistral, firmes y escuetas,
fueron: «No quiero ver el feo rostro de Chacón y Calvo. Prefiero mirar el mar».
El almuerzo se dio sin ella en medio de una silencio total. El desaire era evidente. Pero Dulce María se sintió ofendida: Cuando Gabriela llegó entrada la noche, halló una nota en su cuarto donde la anfitriona le decía que puesto que en la casa no parecía sentirse cómoda, podía marcharse a otro sitio. Al día siguiente la chilena se trasladó a un hotel...
Tiempo después ambas aseguraron que fue un mal entendido. No volvieron a verse pero sí a escribirse.
Esa actitud mía
-reconoció posteriormente Dulce María- la he lamentado muchas veces. No sé como
no pude entender que a Gabriela aquellos homenajes la tenían sin cuidado. Era
la personificación de la modestia, tan es así que en más de una vez, en íntimo
coloquio, me confesó que el Premio Nóbel se lo habían dado por casualidad.
Estoy convencida de que no sintió orgullo de su fama, aunque reitero que no era
mujer dulce, tampoco nunca la vi encolerizada. No era sensible a la lisonja.
Pero era un genio.
Cuando el 10 de enero de 1957 Gabriela Mistral
falleció, la cubana se sintió en deuda con la amiga y en el Liceo de la Habana
dictó una conferencia titulada «Gabriela y Lucila», que fue todo un reto. Dicha
con una emoción tan grande que ante un número considerable de personas, Dulce
María no pudo contener las lágrimas. Lloraba a su amiga una vez más, como si
fuera un ajuste de cuentas.
El 8 de enero de 1996 el
embajador de Chile en Cuba colocaba en el pecho de la Premio Cervantes 1992, la
medalla Gabriela Mistral.
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del libro Confesiones de Dulce María Loynaz
Ediciones
Hermanos Loinaz, 1932, Pinar del Río
(...)
15. —A través de los años se ha tejido una
leyenda sobre su encuentro con Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral[1] ¿Cuál es
la verdad?
—Conocí a dos de las grandes poetisas
americanas. Ni la uruguaya ni la chilena escribieron nada sobre mí; salvo unas
cartas elogiosas. En 1947 llegué a Montevideo acompañada por mi esposo y fui
llevada a conocer a la Ibarbourou. Era una mujer radiante, majestuosa. Me
parece que al principio no me tomó muy en cuenta. Juana en su casa hablaba y yo
en un rincón la oía, sin atreverme a decir palabra; un amigo mío que lo era
también de Juana, le dijo: “Tienes que oírle a Dulce María algunas poesías”, y
entonces empecé a musitar primero “Amor es”, y luego “Canto a la mujer
estéril”. Juana que al principio adopto, como he dicho, una actitud
indiferente, acabó por levantarse y exclamar, a la vez que me abrazaba ¡No la
comprendo a usted, no la comprendo! ¡Si es más grande que yo! En aquella
ocasión tuve que frenar el entusiasmo de Pablo y del entonces embajador de Cuba
en Uruguay[2] que
querían publicar estas palabras. Pero tiempo después el poeta Leopoldo Panero
las publicó en la revista Blanco y Negro, de
puño y letra de Juana. Gabriela Mistral visitó a Cuba varias veces, pero no nos
conocíamos. Ella más tarde me lo reprochó llamándome orgullosa. Ella y Juan
Ramón me juzgaron mal. Nuestro encuentro se realizó en Repallo, donde Gabriela
residía convaleciente de penosa enfermedad. Me la había imaginado morena, como
una india del Altiplano, sin embargo era de piel rosada, ojos claros y sonreía
muy poco. Cuando sucedía el milagro se iluminaba toda. Como la he descrito en
un ensayo que escribí para la editora Aguar, Gabriela poseía un carácter
inflexible, reconcentrado, que atesoraba amistades, ternuras, y también
antipatías -y rencores. Nuestro segundo encuentro fue en Cuba adonde llegó en
1953 para participar en los actos del Centenario Martiano. Se hospedó en mi
casa.
Fue un honor difícil de mantener tratándose de
una mujer de genio. Se debe saber que ella tenía sus impertinencias porque
cuando los genios no las tienen se las fabrican. Este no era su caso, porque su
indolencia de raíces indias, no le hubiera permitido fabricar nada. Eran pues,
impertinencias auténticas. Recuerdo que Federico de Onís, hospedado en mi casa
cuando la estábamos esperando, se echó a reír un día que le mostré la bella
sobrecama de encaje legítimo con que pensaba revestir la cama de la poetisa.
—Lo primero que hará al llegar —me dijo— será
echarse sobre ella con los zapatos enfangados del viaje.
Yo me reí también pensando en el honor de
hospedar a la Mistral, bien merecía el sacrificio de una y de cuarenta
sobrecamas. Hubo descalabros, no puedo negarlo, pero también horas
inolvidables, pues cuando quería sabía ser en cierto modo fascinante. Fascinada
me tuvo el día en que a manera de confidencia no hecha a nadie, me contó cómo
después de aquel trágico idilio que le inspiraron los sonetos de la muerte,
ella había amado a otro hombre. Y que ese hombre vivía aún y esa era la razón
por la cual no había querido regresar a su país... “Volcancito en Flor”, me
llamó una vez Juan Ramón Jiménez y puede que sólo eso haya sido en la vida,
pero entonces me encontraba en presencia de un Chimborazo[3]…cubierto
de nieve. Juntas asistimos al Ateneo de La Habana, donde ella habló sobre su
poesía última y yo leí los versos que habrían de ilustrar la disertación. Fue
algo muy hermoso, que todavía alguien recuerda. Y cuando murió dije una
conferencia en el Lyceum que fue hecha y dicha con una emoción tan grande que
por primera vez ante un gran número de personas tuve que hacer esfuerzos para
que las lágrimas no saltaran de mis ojos.
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[1]
.—Juana Fernández, llamada Juana de
Ibarbourou también se le ha dado el título de Juana de América, poetisa
uruguaya nacida en Melo, en 1895 y fallecida en 1980; y Lucila Godoy Alcayaga
,llamada Gabriela Mistral, poetisa chilena nacida en Vicuña (Coquimbo)
1889—1957, Premio Nobel de Literatura en 1945.
[2]
El señor Oscar Gans.
[3]. — De un
volcán...
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