Alfredo Galiano Rodríguez

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Del libro “Retratos nuevos. Antología de narrativa”

Ediciones Hnos. Loynaz, Pinar del Río, Cuba 1995.

Es difícil sostenerse frente a ella; y escapar a su aura fatal, imposible. Me observaba aún, y yo no podía adivinar qué haría en el próximo minuto. La plaza resultaba indefendible. Su espera se me hacía cada vez más desconcertante; y comenzaba a inquietarme esa quietud acanallada, la muda urgencia de sus manos. Cerré los ojos. El tropel de las sombras y el ronroneo de los gatos que dormitaban abrazados al otro extremo del sofá me revolvieron las viejas ganas de huir de su vida, sin prisa alguna, definitivamente. Pero me puse a pensar en El Chino y los otros héroes del team. Me contemplaban cebándose en mi cobardía, dispuestos a soltar sus dardos oscuros, esas púas que nunca yerran y van a clavarse donde en verdad duele, en el talón de nuestra latinidad que ordena y manda, que no, socios, primero muerto... ¿Huir? ¿Huir y soportar el escarnio, el acoso sin fin, las burlas acoquinantes de los amigos? No, perdería todo asidero; y ellos no tardarían en lanzarme al precipicio, a lo más profundo de la fosa. Era preciso enfrentar al monstruo.
Vencer o ser vencido, qué importaba (algo así debió sentir Teseo en el laberinto mientras desovillaba el hilo al encuentro del Minotauro y pensaba, acobardado, en las miríficas nalguitas de su ninfa protectora). La huida hacia la nada es más humillante que la derrota, que la muerte misma. Por eso empecé a fingir seguridad, cruzado de piernas y reacomodando el espacio, observando la blancura de las paredes, maculadas tan sólo por la batería de muñecones de yeso (santos, vírgenes, y toda la fauna) y los colgajos de flores sintéticas que hervían en estridencias fatuas.

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Del libro de las palabras y el silencio

Editorial Letras Cubanas, la Habana, 1996.

De las palabras y el silencio

Para Osvaldo, no importa la distancia

¿Nos vemos mañana?
Lo dijo mirándolo con fijeza. El siguió caminando a su lado, en silencio. Había dejado de hablar desde que salieron del club donde estuvieron bailando y bebiendo desde por la larde. Ahora ya era de noche y un auto pasó junto a ellos elevando el agua estancada en el pavimento.
Ella vio perderse el auto en la distancia y le apretó el brazo.
-Estamos llegando y todavía no me has respondido.
-Es que no sé si podré venir mañana. Tengo cita con Amador, el tipo de la Empresa.
Sonrió cuando ella le acarició el pelo.
-Pensé que ya se te había quitado eso de la cabeza.
-Por eso no quise decirte nada.
-Piénsalo, Ricardo, que todavía estás a tiempo.
-No, ya lo pensé.
-¿Y te vas a podrir en esas carreteras?
Caminé hacia ella que me esperaba vestida de furia y un brillo extraño en los ojos. Le entregué el examen a medio responder y bajé la cabeza. Ella escribió algo en el extremo superior de la hoja y dijo espérame en la dirección, no te muevas de allí.
Salí del aula con la desagradable sensación de la mirada de todas fijas en la espalda. Entonces imaginé los comentarios; y el recuerdo de aquel brillo visto en los ojos de Ia profesora en el momento de decir: «Tú, Ricardo, ponte de pie», me hizo ver a papá doblado sobre el surco...
Osmany está parado sobre una mesa al fondo del aula y Fernando suba y aplaude y ovula trompetillas.
—Dejen Ia bobería —dice Yolanda—, hace rato que están comiendo mierda y no dejan estudiar a los demás.
Osmany lanza un alarido tarzanesco y salta y rueda por el piso. Fernando dispara un taco que hace blanco, y ríe. Yolanda se frota el brazo y va a sentarse lejos, cerca de la puerta.
—Yolanda —dice Osmany—: cosa ricaaaa —y le pasa Ia mano sobre los hombros a Fernando y lo mira organizar las piezas sobre el tablero.
—Ricardo nos va a cuidar el examen, ¿qué te parece la bola, Ferna?
—Buena, buena, porque con él no hay lío. Es socio.
—No jodas, ¿y el fraude? Broder, Ricardo tiene historia.
—Sí, lo que tú quieras, pero aquello no fue por él. No dijo nada por no malear al Zurdo. ¿Te acuerdas?
—Sí, un ñame el tipo.
Ricardo piensa en lo agradable de un fin de semana en la playa, sintiendo la arena y la fragancia del aire preñado de salitre, con la perspectiva de acostarse al sol y untarle a Lidia aquella crema almendrada que tanto le gusta.
Pero sabe que nada de eso es posible. Mira la pared del fondo y se pasa las manos por los ojos. Una araña se descuelga por un hilillo invisible que se columpia suavemente. Ahora sube y corre por el techo... Y Fernando levanta la cabeza y mira a Osmany ahí, sentado junto a
él, la mirada fija en el examen...
...Cuando la puerta se abrió, sentí como si algo se hubiera roto para siempre y el carné comenzó a molestarme en el bolsillo porque la seguridad de su presencia aumentaba mi sentido de culpabilidad.
El director no me miró hasta situarse en medio de la habitación. Entonces me indicó una silla con el índice extendido y yo fui a sentarme en la  butaca...
—El inciso be de la dos —dice Fernando en un murmullo.
Osmany sigue con la mirada al profesor que ha advertido el movimiento en los ojos de Fernando. Yolanda también mira al prole, entorna los ojos y hace un mohín despectivo. Una voz le hace girar:
Ese ya no está para ti —dice Osmany—; la enfermerita te lo llevó—y ríe con los dedos sobre la boca.
—Déjate de estupideces —Yolanda aprieta el lápiz con fuerza. Al fondo alguien ríe por algo que dice el profesor y Yolanda se pone en pie, ya terminé, y camina y se detiene en la puerta y mira a Osmany y le muestra el puño cerrado y recibe la humedad de una lengua fina, muy roja que se esconde cuando Fernando dice métetela, y ríe mientras Osmany se rasca la cabeza y dice:
-Oye, lávate las orejas: te he respondido mil veces lo mismo.
Osmany, cállate —dice el profesor—, hace rato que están hablando como cotorrones.
Y se sienta tras el buró.

Y dices hagan silencio y obedecen con una expresión indefinida en el rostro que te hace bajar los ojos y refugiarte en la contemplación muda del solitario pedazo de cielo que se insinúa en tus pensamientos, porque ahora te encuentras sentado tras ese buró, ante las miradas que te hacen sentir incómodo y verte a ti mismo usando como ellos las señales secretas del grupo; y te pones en pie y caminas de un lugar a otro, sin encontrar terreno firme bajo tus plantas; se pasan chivos, y tú bien quisieras, pero no encuentras la fuerza moral que necesitas: ellos saben, por eso me miran hostiles, porque ayer compartías las travesuras que ahora mismo tanto añoras...
...dejó los espejuelos sobre el buró y el impermeable sobre un estante de revistas. Tenía la mirada dura cuando dijo que ya estaba al corriente de todo y que le sorprendía que fuera precisamente yo, el autor del fraude, yo, futuro militante. No concebía el fraude, dijo, es una de esas manifestaciones del pasado. Vivimos en una sociedad nueva, dijo, con
concepciones éticas bien definidas... Bajé la cabeza abochornado y él habló de la emulación que perderíamos, de sus compromisos no cumplidos y su descredito ante los compañeros del Partido Municipal. Entonces miré hacia la calle y vi a Lidia que conversaba con el sereno con su traje de enfermera, y sentí como algo me golpeó aquí adentro, y
todo lo que hasta entonces tuvo algún valor para mí, se desmoronó.
Ahora suena el timbre y se escucha un murmullo que poco a poco va ganando intensidad hasta que otra vez los pasillos se desbordan de uniformes, manos que se agitan, comentarios y dudas porque ha terminado un examen más de este semestre, y aprobé, y caminan en grupos y se detienen a esperar: Fernando que sale último porque no sé, de verdad no sé cómo suspendí. Osmany le pone una mano en el hombro, no importa, Ferna, en la «re» apruebas, y se separan, es tarde, sí, y ya tengo hambre, y buscan con la mirada entre los uniformes las
caras conocidas que día a día comparten la mesa, los comentarios, la chota pasillera a costa de la peluquera (gorda diseminada en todos los locales y caricaturizada en los cuadernos de notas), el amor, y ahora ese gesto amigo que detiene las palabras...

Osmany espera a que Fernando termine de acomodar la bandeja y aparta una silla.
—Hace tres días que nos tienen así, a nivel de mosqueteros —dice.
Fernando hace tintinear la cuchare en la bandeja.
—¿Qué te pareció el socio en cl examen?
—Nada original.
—A ti hace rato que no se te ve con él. ¿No quieres que te confundan o qué?
—Eso a mí no me quita el sueño, tú lo sabes.
—Ustedes eran inseparables...
—Sí, pero socios fuertes, ustedes dos. No jodas.
—Y cómo me revienta eso, compadre. ¡Cada vez que me acuerdo...! Desde que lo vi venir supe que algo grande había pasado. Luego me lo contó todo, al de-ta-lle.
—Para eso están los amigos, ¿no?
—Qué amigos ni qué carajo, chico.
—No me vengas con esa, Fernando, porque tú sabes que él, el año pasado...
—Oye, comemierda, baja la voz, que está ahí.
—… ¿Y el fraude? Se fijó como un toro, ¿no te acuerdas? El mismo nos lo dijo: «un teque, que confiaban que lo sucedido me serviría de experiencia...»
—Bajito, coño.
—Y luego ¿qué, compadre? ¿Le repitieron el examen o no?
—Sí, está bien, eso fue cl año pasado y uno cambia.
¿Tú no pensarás estar toda la vida pensando en las musarañas?
—En las musarañas no, socio, en los hijos de puta.
Abres los ojos sobresaltado cuando Lidia te aprieta el brazo y dice ya la película terminó, Ricardo, has estado dormido todo el tiempo, mi amor, y no dices nada porque ella no puede sentirse herida, anoche estuve de guardia, pero ella no lo sabe, de cuatro a seis, y la despedida te hace aspirar con fuerza el olor a flores nocturnas que tiene el pelo de Lidia, y la avalancha humana te empuja hacia la salida; ella, apretándose a tu costado, haciéndote pensar que está hecha a la medida.
Ahora, mientras caminan rumbo a la parada de la ruta cuatro, lo ves cruzar la calle a pasos rápidos, sin volver la cabeza, y gritas ¡Osmany!, y él se detiene y caminan a su encuentro y le pones una mano en el hombro y dices te invito a un trago, y él mira a Lidia y comprendes, tal
vez intuyas, que su presencia lo cohíbe, una mujer, claro, pero Lidia ríe porque mejor, así me llevan al Hospital; y entonces escuchas ese tenue plañir del hielo que cae y se parte en los ojos de Osmany. Caminan...
El camarero se acerca y deja los vasos sobre la superficie pulida y fría de la formica. Ricardo lo mira alejarse sorteando con destreza las mesas y la gente que hormiguea en el salón, y dice que mañana será su último día con nosotros en la escuela, y su voz se mezcla con las de
Sheena Easton y Kenny Rogers. El ahí, sentado frente a mí, mirándome quietamente, bebiendo rápido, eh, mulato, otro trago; y no sé por qué pienso en Fernando...Sorpresa que va a tener.
La penumbra se acentúa cuando el camarero alto y rubio sube sobre una mesa y cambia las pantallas de las luces, qué vacilón, parejas que se mueven, muy juntas, siluetas, las luces y se hace larde; y él mira el reloj, que no me preocupe, no va a dar los turnos de mañana, y lo
veo sonreír mirando la luz de allá arriba a través del Havana Club...
Regreso del baño y lo encuentro en la misma actitud, los ojos adormilados. Voy a sentarme, pero él dice que escuchó parte de nuestra conversación de ayer en el comedor, y me quedo de pie, mirándolo, sin saber qué pensar, sin oír qué está diciendo ahora porque los ruidos y la música y las voces, viendo cómo sus labios se mueven, sólo eso, la expresión indefinida de la mirada, sólo eso, y me inclino imaginando, creyendo escuchar que... ¿qué me dices? ¿que no tienes alma de educador?
Cambian el disco, él sigue el ritmo con los pies, levanta porque es bueno este ron, bebe largo y yo lo miro insinuándose en la penumbra, indiferente, ajeno a mi pregunta, sólo el vaso parece importarle. Por eso no sé qué decir cuando adivino sus ojos del otro lado, interrogantes, por eso bebo, y digo que sí, excelente ron, y ya no espero su respuesta.

1984


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