José Ramón Rodríguez Fernández

Viñales, 1972. Ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica por la Universidad Hermanos Saiz. Ha obtenido premios y menciones en encuentros de Talleres Literarios.
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de la Antología Voz del Valle que te canta
Ediciones Loinaz. Pinar del Río. 2001.

II
Desde este banco sin parques,
después de estrenar tantas rutinas
y fechas extraviadas en el almanaque,
qué frágiles resultan los días
si llegan con un poco de tus ojos
desandándoles el camino.

Percibirás el desorden de esta frase
y la hierba tupiéndome los poros.
Hoy me sorprenden los mapas de tu frente,
las nervaduras en las manos
con tantas mañanas estancadas en tus dientes.

Es ésta tu estatura de cimiento,
me pertenecen sus musgos,
las gotas de impaciencia en los cristales
para atisbar esa orilla accesible
poblada de náufragos comunes.

Es una estrecha franja entre lo cotidiano y el sueño
la que hallamos equilibrando los espacios
de dos criaturas que temen la intemperie
y buscando refugio se pierden.

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VI
                                   A mi madre
El piano se pudrió un día.
No recuerdo la fecha exacta
pero sí la prima nota
que dejó de sonar.
La primera pieza
que no se pudo ejecutar completa.

El piano se pudrió un día,
casi de un tirón
ya no hubo boleros de domingo
y las manos que lograban el milagro
comienzan a perder sus primeras teclas.

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VIII
                                   Para Ariel, siempre el camino

Éramos dos ante la vidriera
escuchando la única voz
hasta que comenzaste a esparcir tu ausencia
inconforme con las migajas.
Con la plácida calma de lo inevitable
comenzó a desgarrarse mi serenidad.
Nunca concebí que te amputaran de mí.

Desgastaré mi vida con esta vocación inculcada
de perderlo todo.
Pondré en tu equipaje mi mayor porción
y será en vano
buscarte en las calles
aunque andarás por ellas.
Las piedras comenzarán a disolverse
y yo de nuevo ante la vidriera
te observaré tras el cristal
sumándome al atroz estrépito de los sordomudos.
Seguiré perdiendo,
jugando a mi sombra,
conformándome con las sobras
hasta que regreses, me busques en los escombros
cuando ya no quede sitio para un mendigo.

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GRITO
                                   A mi padre

Me queda la sombra de tus palabras,
dos poemas inconclusos,
la distancia y el silencio que no guardaste
para ser tú mismo
hecho añicos.
Son esos mis mejores pedazos,
los que completan la figura
de un hombre que recuerda.
No fuiste de los que emergieron
y flotaron conteniendo el aliento.
Era demasiado tu propio peso.
Con esos tiestos reconstruiré mi rostro,
recortaré la distancia ahora que te vas
y me faltan pedazos para gritar
que he perdido por tradición,
sangre
¡silencio!

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RETORNO

Un hombre agita su sombra,
soporta el peso de su vacío
como una pausa entre dos existencias
retumbando entre lo que tuvo lo que tendría.
Su futuro nació una tarde de pasado,
un pobre ciego pagó su entrada
forzando la ausencia de los que existen.
Ha descubierto una generación sin recompensa,
parte de otra que ya no la espera.

Sin la sequía habitual del aliento
dejará de ser hiedra invadiendo el muro que le tienden,
tallo de la copa que no sabe del vino.
Habrá festejos bajo las axilas
cuando no escuche su voz en otras gargantas
y distribuya los despojos al regreso de la Isla
demorando un poco más su vida
porque sólo Dios
es el hombre que no ha muerto.

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