Nersys Felipe Herrera
(Pinar del Río, 1935). Narradora y
poetisa de niños. Durante catorce años ejerció el magisterio. Fue profesora de
piano. Es una de las fundadoras del Grupo de Guiñol de Pinar del Río.
Al crearse la Escuela de Arte de esta
provincia enseñó en ella canto coral durante dos cursos. Después pasó a trabajar en la emisora provincial Radio Guamá como
autora de programas infantiles, realizadora y
actriz dramática. Ingresó en el Taller Literario Provincial y en la
Brigada Germanos Saìz. Ha colaborado en El Caimán Barbudo. Obtuvo premio
de poesía en el Concurso La Edad
de Oro, en 1974 con su "Para que
ellos canten". Ganó mención en 1975, en el mismo concurso, con "Música y colores". En el
concurso Casa de las Américas
1975 ganó el premio de Literatura para
Niños y Jóvenes con sus Cuentos de Guane.
Es miembro de la Uneac.
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Cuentos de Nato
Segunda edición: Gente Nueva, 2010
Las Arañas
Si una casa tiene cuatro cuartos
como la mía, es casa buena para que viva la familia.
Mis padres, mis abuelos, mis
hermanas y yo, sumamos siete, somos la familia y nuestra casa también tiene
sala, saleta, un patio con matas, baño, cocina, comedor y portal.
El techo es de madera. Y una vez
al mes, que siempre es domingo, mis abuelos le quitan las telarañas con un
escobillón.
Abuela se pone su pañuelo de florones
y abuelo, hasta los ojos, un cucurucho de papel; y porque ella las descubre y
él las tumba, el techo queda tan limpio que da gusto mirarlo.
Luego, en el almuerzo, cuando
abuela se celebra…
—¡Qué sacudida le di a la casa!…
abuelo protesta sin hablar:
—¡Pero si el que sacude soy yo!
¡Ella no hace más que mandar!
Y porque con él aprendí a conversar
con los ojos, es que puedo decirle sin que abuela, mamá, ni mis hermanas me
oigan:
—Déjala, abuelo, así son las
mujeres.
Conmigo viven cuatro mujeres.
Y una vez al mes, que siempre es
domingo, la que aún no ha cumplido los cinco años, se levanta la primera y
recorre la casa despertando a las arañas:
—¡Que viene el pañuelo! ¡Que viene
el cucurucho! ¡A esconderse, que vienen!
Y ellas se esconden tan adentro
entre las vigas, que lo que abuelo tumba son telarañas sin arañas.
El temblorcito del susto se les
pasa enseguida. Se asoman, miran, nada abajo, nada arriba, otra vez a tejer… Y
cuando aparecen de nuevo sus telas caza-mosquitos, mi hermanita me lo confiesa:
—Ni una se murió. Yo avisé.
Y los dos vemos las telas:
plateadas, lindas, porque recién tejidas no tienen polvo.
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El encanto de abuelo
—¿Sabes que hay nombres como
pedacitos de historia? ¿Sabes que los hay cual cajitas de recuerdos?
Así me dice mi abuelo.
—Y sonoros, como música buena y
bien tocada.
Así me dice también.
Y es que su encanto son los
nombres nacionales.
Por eso nos puso, Amalia a mi
hermana e Ignacio y a mí.
Pero eran nombres tan grandes
para niños tan chiquitos, que enseguida fuimos Ami y Nato. Y todavía lo somos,
en casa y hasta en la escuela, pues a pesar de las listas que se leen en las mañanas,
los nombres grandes se olvidan y nos dicen los chiquitos.
Y pasó que un día la maestra
escribió en la pizarra: MAYOR GENERAL IGNACIO AGRAMONTE LOYNAZ.
Después explicó el tema, y acabó
diciendo, y lo dijo señalándome, que uno de nosotros llevaba el nombre del
Mayor.
¡Qué orgulloso me sentí!
¡El aula entera aplaudió!
Y cuando volví de la escuela, le
conté a mi abuelo que Ignacio era abogado, camagüeyano y que vivía con su
esposa, la linda Amalia, en una casa riquísima:
Los muebles caros.
Los adornos finos.
Vitrales y mamparas.
Volanta y cochero de ir a pasear.
Y un piano de cola para que la linda Amalia tocara y cantara.
Pero que todo lo dejó y se fue a
luchar por Cuba. Que Amalia lo siguió. Que él y sus soldados guerreaban tan
bien, y con tanta valentía, que los españoles nada podían contra sus cargas al machete,
y que el día que lo mataron peleando en Jimaguayú, se lo llevaron para
quemarlo.
Eso le conté. Y que la hoguera se
apagaba, la encendían, la avivaban, se apagaba otra vez, y porque tenían poco
tiempo, lo enterraron apurados, y en un lugar tan secreto, que los cubanos nunca
lo pudieron encontrar.
Con qué gusto me oyó abuelo, no
me interrumpió, y yo, desde entonces, ando encantado con los nombres
nacionales, igual que él.
Uno de ellos es mío.
Y si bastantes abuelos se
encantaran así, las listas de las escuelas sonarían más bonitas.
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Nombrando a mi hermanita
Cuando Li May nació, fue mamá quien
le puso ese nombre de Viet Nam.
Y aunque abuelo había pensado
llamarla Mariana para decirle Nanita, aceptó gustoso aquel Li May, pues en
español significa Flor de Cerezo, y así traducido, es sonoro, rosado y hasta
perfume suelta.
Por eso mi hermanita tiene un
nombre doble: Li May Flor de Cerezo, que a mi abuelo le sabe a cerecita madura,
y a mí también.
Ni él ni abuela tienen nombres
dobles.
Se llaman Blanca y Gabriel.
Pero de tanto quererse, empezaron
a decirse, Blancucha y Gabilucho.
Todavía se lo dicen.
Y a nosotros nos encanta
llamarlos así.
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Sus dos nombres
Para mi cuadra, a diez casas de la
mía, se mudaron hace poco un papá, una
mamá y una niña de culero y empezar a caminar. Tiene solo tres pelitos, pero
por ella empezó lo de los dos nombres:
Yo estaba con abuelo en el portal,
era sábado por la tarde y la vimos venir con su mamá.
—Tan chiquita y ya camina.
Dijo él.
—Y qué cómico camina.
Dije yo.
Ahí la niña da un traspié, se
asusta su mamá…
—¡Cuidado, Yuxisbeidis!
… y en cuanto la oímos, entramos
disparados y abuelo hace el cuento y protesta en la cocina: "que eso no es
nombre, que de dónde lo habrán sacado, que con tanto nombre hermoso que tiene nuestro
idioma..."
Abuela, mamá y Ami tratan de
calmarlo, abuelo alza la voz y yo me subo a una silla, con zapatos y todo, para
luchar junto a él por los nombres nacionales.
Pero en eso mi hermanita coge un
jarro de la mesa, y porque el jarro se cae y hace ¡puncatapún!, Blancucha y
mamá me bajan de la silla, por los zapatos, claro, y una sacude y la otra
barre, pues el jarro estaba lleno de maicena blanquita de la de hacer natillas.
Li May chilla y patalea para que no
la sacudan, abuela la agarra para poderla sacudir y Gabilucho me mira por
encima de los espejuelos y me dice sin hablar:
—¡Nato, qué nombrecito!
Y porque con él aprendí a conversar
con los ojos, es que puedo apoyarlo sin que abuela, mamá ni mis hermanas me
oigan:
—¡Qué nombrecito, abuelo!
Eso pasó el sábado por la tarde,
y Gabilucho, por la noche, trajo una perrita de huesitos afuera, y barriga tan
vacía, que lo primero que hice fue darle yogur. Luego la acosté y le puse un
nombre; pero, sch, me lo callé, y el domingo temprano, después de más yogur,
salí a pasearla...
—Pssst, pssst, Yuxisbeidis.
Y a decirle altísimo...
—¡Vamos, Yuxisbeidis!
Y requetealtísimo...
—¡¡Yuxisbeidis, vamos!!
...y caminando hacia la casa de
los vecinos nuevos.
Pero en eso…
—¡Nato!
Llamó abuelo.
—¡Nato, regresa!
Llamó mamá.
—¡Nato, vuelve!
Llamó abuela.
—!Nato, no sigas!
Llamó Ami.
Y Li May acabó llamándome
también:
—¡¡Natico, vira!!Y claro, viré.
Los cinco me esperaban en el
portal. Li May Flor de Cerezo cargó a Yuxisbeidis, Gabilucho me dijo con los
ojos, "tranquilo", y se fueron con abuela y Ami a la cocina.
Mamá se quedó conmigo en la sala,
estaba tan brava, que no parecía mi mamá. Me regañó durísimo, nunca me había
regañado así, me exigió un nuevo nombre para la perrita y fue a reunirse con los
demás.
Y porque tenía el pelo claro y
oscuro el de la cara, le puse Careta, fui y lo dije en la cocina y Careta se
llama todavía.
Abuelo la había traído el sábado
por la noche.
Entre sábado y domingo tuvo dos
nombres, los dos puestos por mí.
Y el domingo al mediodía, mientras
la bañábamos, Gabilucho se culpó:
—Le pusiste Yuxisbeidis por todo
lo que dije del nombre de la niña.
La mitad del regaño debió ser
para mí.
—No, abuelo, no.
—Sí, Nato, sí. Y tu mamá lo sabía.
¿O es que no recuerdas lo que dijo esta mañana, mirándonos a los dos, cuando
llegaste a la cocina?
—Sí, lo recuerdo. Dijo que el
nombre no es lo importante, porque si el niño es bueno, su bondad volverá
hermoso su nombre.
Ahí llegó Ami.
Y por ella abuelo supo que la
vecinita se llamaba, no solo Yuxisbeidis, sino Yuxisbeidis de las Nieves.
Nievecita la llama siempre ahora,
le encantan sus tres pelitos y comenta con sus papás lo bien que le sienta a la
niña el "de las Nieves", pues es blanca blanquita como la maicena de
hacer natillas.
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¿Será verdad?
La gente grande de mi casa cree
que mi hermanita va a ser poeta.
Y es que los mayores enloquecen de
amor por las niñas de cuatro años y medio, sobre todo si tienen los ojos como
faroles, y así los tiene Li May.
Los que viven conmigo lo creen
por sus inventos.
Parece que nunca se van a acabar.
Y del primero me acuerdo de lo
más bien: Aquel día pasó la pistola fumigante, llenó la casa de humo, volvió invisibles
los muebles y atacó fieramente a los mosquitos.
Luego, por la noche, dormí sin
mosquitero, ni uno me picó, y Li May Flor de Cerezo se levantó diciendo que
habían quedado cuatro, y no machos sino hembras, hembras con sayita; que las
sayas, las cuatro, eran rosadas y que las mosquitillas no hacían más que
abrazarse y lloriquear, quejándose
del humo y penando por sus pobres mariditos muertos.
Y resulta que eso, para los
mayores de mi casa, es poesía.
Y Li May lo cuenta con tanta
tristeza en los faroles de sus ojos, que no parece invento sino verdad.
También cuenta que abuelo se baña
temprano en lo último del patio, descalzo, encuero y parado debajo de la mata
de guanábana; que su ducha es la guanábana más grande y madura, una ducha
altísima, que suelta un chorro por cada puíta y se abre y cierra sola porque no
tiene llave; y que en cuanto su baño de guanábana acaba, abuelo entra a la casa
chorreando agua verdey dejando en el piso unos charcos verdecitos.
Y resulta que eso, para los
mayores de mi casa, es poesía.
Y Li May lo cuenta con tal
sinceridad en los faroles de sus ojos, que no parece invento sino verdad.
¿Estará loca de amor la gente
grande de mi casa o será que mi hermanita va a ser poeta?
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