Ulises Cala
Pinar
del Río. Cuba (28-11-55) Dramaturgo y
narrador. Trabaja como editor. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Premio
Hermanos Loynaz 1993, Cuba (Teatro); Premio Pinos Nuevos 1995, Cuba (Teatro);
Premio UNEAC 2002, Cuba (Novela); Premio Textes en parole 2008, Guadalupe
(Teatro); resultó finalista en el Concurso Casa América de Dramaturgia
Innovadora 2005, España, con la pieza La otra orilla; Premio al mejor texto, II
Festival de teatro de pequeño formato, Miami 2011. Tiene publicados los libros:
Ciertas tristísimas historias de amor
(teatro), Editorial Letras Cubanas (1996). Sombras
y otras sombras (teatro), Editorial Hermanos Loynaz (1997). El pasajero (novela), Editora UNION
(2002). Poemas del hijo pródigo
(poesía), Editorial Cauce (2003). La otra
orilla aparece en Teatro Americano Actual, Casa de América, Madrid (2004) y
en la revista Tablas (4/05). Autor la antología Hacer el cuento (selección de narradores pinareños), Editorial
Cauce (2012). Ha publicado piezas teatrales, relatos y artículos críticos en
diferentes revistas. Traducido al francés, Quelques histoires d´amour tres tres
tristes, se presentó en el Festival de Avignon 2006. Obras suyas se han
representado en Cuba, República Dominicana, Colombia, Francia y Estados Unidos.
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Del libro “Ciertas tristísimas historias de amor”
DE DIOSES
OTRA FÁBULA
Personajes:
El hombre. Waki.
La mujer. Wakizure.
Dios. Shite.
Tramoyista. Koken.
Entra el tramoyista arrastrando el
cuerpo de un hombre y lo deja a mitad del escenario. Descansa un poco
TRAMOYISTA. Soy el
asistente de escena. Verán un teatro que quiere parecerse a una representación
de teatro NO; claro, quiere parecerse. Como aprecian no hay pasarela, por lo
tanto tampoco pinos, no hay techo que sostener, luego no hay columnas, ese
techo que está más arriba nada tiene que ver con nosotros y lo sostienen una
columnas que tampoco nos interesan. Hemos prescindido de la orquesta, ocupa
demasiado espacio; si los actores tuvieran que danzar que lo hagan sin música,
así ocurre frecuentemente. Tampoco habrá coro; aunque parece fácil poner a
mucho a decir lo mismo, el resultado es siempre falso, falto de gracia. Que
asistan a una representación de teatro NO debe estar en sus corazones como lo
está en los nuestros. Eso sí, habrá máscaras y los actores serán todos hombres,
incluidas las muchachas que aparecen en las piezas. Apasionados espectadores,
por favor, no se aglomeren después frente al cuarto de los espejos esperando
que salgan para hacerles proposiciones indecorosas. La primera obra, siguiendo
el esquema tradicional, será una pieza de Dioses. (Sale)
Entra la mujer,
trae un puñal en las manos.
MUJER. (Señalando al cuerpo) Soy la mujer de
este hombre. Juntos moldeamos el barro del amor y lo hicimos a nuestra imagen y
semejanza. Comimos uno del otro como perros hambrientos; su carne entraba en mi
carne dejándome y llevándose los pedazos más tiernos. Pero hay tantas hambres
como hilos torcidos en el pecho. Yo lo maté, por hambre lo maté.¡Ay de mí¡ (Se
arrodilla junto al hombre. Llora) ¿Por qué, por qué lo hice? ¡Ayúdame, ayúdame
Dios mío!
Entra Dios
DIOS. Soy Dios. Es
suficiente decir eso aunque pueda ser algo distinto para cada uno. (A la
mujer) ¿Qué ha pasado, mujer? Dime lo qué ha pasado.
MUJER. Quién eres tú
que a esta hora fatal apareces.
DIOS. Ese por quien
clamabas.
MUJER. (Sorprendida,
se incorpora) ¿Dios? ¿Eres tú mi Dios? (Avanza hacia él. Entra rápido el
tramoyista y le quita el puñal de las manos. Sale) Dios. Mi Dios. (Se
lanza sobre él y lo abraza)
DIOS. Qué horror. Me distraje un momento, sólo un momento, y mira
cuantas cosas pasan. (La aparta suavemente) Yo te dejé cubierta con mi
gracia, estabas segura. ¿Cómo pudo pasar? Fue un momento el que te dejé sola,
pero un minuto de Dios es la vida del hombre.
MUJER. Ayúdame, te
lo suplico.
DIO. (Sin oírla) Velé todos los días, eras de los que amaba, de
los que vendrían a mí libres y enteros, sin culpa, sin mancha. Yo te amaba.
¿Sabes lo que es ser amada por Dios?
MUJER. ¿Es que acaso
no me amas ya, ahora que tanto te necesito?
DIOS. ¿Y la gracia
que te cubría? ¿Dónde está el velo que yo mismo hice, el que debía protegerte
de la mugre y guardar tu cabeza amada con el mismo celo que lo tejí?
MUJER. No sé de que
hablas.
DIOS. Estaba sobre
tu cabeza, yo lo dejé en ella.
MUJER. Quizá el
viento.
DIOS. ¿Es que puede
cualquier viento arrasar con mi obra?
MUJER. Quizá el
Diablo.
DIOS. Diablo,
tonterías. No hay diablo. Siempre hace falta un enemigo y cuando no existe hay
que inventarlo. El diablo son nuestras faltas y nuestros errores.
MUJER. Nada puedo
decirte entonces, nada sentí, nada supe. Hasta hoy fuiste como una orilla
lejana.
DIOS. Mundo, te me
abres en mil grietas que no atino a sellar; yo también tengo dos manos. Dime,
¿quién fuiste?
MUJER. La que soy,
señor.
DIOS. Ya no eres la
que eras. Comida por el polvo y la intemperie has cambiado tanto que ni
siquiera te reconozco.
MUJER. No sé por qué
dices eso.
DIOS. Cuidaba cada
tramo de tu cuerpo como sólo yo sé hacerlo y mira ahora cómo te encuentro,
sucia, rota, apolillada por este mundo, que aunque mío, tampoco muchas veces
reconozco.
MUJER. No encuentro
diferencias, en mi corazón sigue latiendo la misma mujer. Nada malo creo haber
echo hasta que cometí este crimen. Sólo viví, gasté las horas que el destino me
puso enfrente.
DIOS. ¿Por qué
mataste a este hombre?
MUJER. Por un pan.
DIOS. Por un pan...
pobre de ti.
MUJER. Tenía hambre.
Mientras clavaba el puñal una y otra vez lo seguía amando, pero tenía hambre. (El
tramoyista atraviesa el escenario repartiendo migas de pan para los pájaros)
¿Sabes lo que es el hambre? Los sentidos se pierden, escuchas voces de no sabes
dónde, las sospechas más negras se hacen realidad. Yo amaba a este hombre, lo
amaba como a un pedazo roto de mí misma, pero empecé a sospechar que algo me
ocultaba, y ese algo no podía ser sino un pan, un pan que comía a escondidas
mientras yo repasaba el amor entre la pesadilla del hambre. (Transición.
Como ella y como él) “Algo me ocultas.” “Qué te voy a ocultar si estoy
desnudo.” “Debajo de tu axila.” “Nada, no hay nada, pelos, sudor.” “Entre tu
sexo y las piernas, ¡ábrelas¡.” “ Nada, también pelos, sudor y un olor a ti.
¿Qué esperabas encontrar?” “Me ocultas, me ocultas.” “Nada te oculto, arráncame
la piel y mira a ver si tengo algo.” (Transición) Él me amaba, pero el
hambre seguía como un aguijón. Encontraba sabor a pan en sus labios, en cada
parte de su cuerpo donde rastreaba mi lengua. Lo maté, lo maté mil veces. Me
puse a buscar como una loca y sólo encontré un hambre igual a la mía que murió
junto con él.
DIOS. Ego absolvo.
MUJER. Ayúdame tú. A nadie puedo acudir en esta hora. Yo no fui
responsable que el velo que dejaste sobre mi cabeza se perdiera; tampoco soy
responsable por estar echa de hambres. Tu absolución me libra de una angustia, pero
no de la mayor.
DIOS. Yo te ayudaré. Serás virgen otra vez por la virtud absolutoria del
sueño, quieta y resplandeciente, como una dicha que la memoria elige; me darás
esa orilla de tu vida que tú misma no tienes. En nombre de aquel amor con que
moldeé tus días, olvidarás. Te será difícil creerlo porque para los hombres el
olvido no existe, pero tú olvidarás. No podré volverte a la muchacha que dejé,
pero todos los recuerdos se pudrirán con este hombre. Harás la obra que para ti
elegí y nada cambiará tu sueño.
MUJER. Quizá abuso de tu infinita misericordia, pero no es eso lo que
quiero.
DIOS. ¿Qué estás diciendo?
MUJER. Perdóname ahora como me perdonaste antes. Lo que deseo es
retornar al punto donde mi mano tomó el puñal. Detenlo todo en ese momento; yo
puñal en mano y este hombre vivo frente a mí. Quítame entonces la duda, yo
arrojaré el arma y seré feliz. La vida volverá a tener sentido.
DIOS. ¿Desprecias mi reino por el hambre y la deshonra? ¿No recuerdas
tus tiempos de muchacha, cuando en las noches te cantaban los ángeles como un
dulce escalofrío a la hora de las oraciones? ¿No recuerdas cuando besabas una
imagen que nunca fui yo, pero que aceptabas como mía y te devolvía el beso en
un ligero aletear de tu corazón?
MUJER. Claro que lo recuerdo, también fui feliz.
DIOS. ¿Cómo también? Fuiste feliz entonces por única vez en tu vida?
MUJER. Fui feliz después. Cuando llegó el amor mi cuerpo estalló en mil
pedazos que no pude volver a juntar. Alguna vez pensé en aquellas sensaciones
de muchacha, que nunca volví a sentir, pero estas nuevas venían a sustituirlas
como la dicha máxima y definitiva. Amé a este hombre como a aquella imagen tuya
en que no estabas.
DIOS. Pobre, pobre de ti otra vez.
MUJER. No pienses que no te amo ya. Fuiste mi consuelo, y hoy, cuando
sucedió lo más terrible, alcé los ojos al cielo y clamé por ti. Ayúdame.
DIOS. Quieres que reviva a este hombre. No puedo.
MUJER. Tú lo puedes todo.
DIOS. Si este hombre volviera a vivir terminarías matándolo de nuevo;
renacerían el hambre y la duda.
MUJER. Dame una oportunidad. Tú bien sabes que el error es la carne del
hombre. Deja tenerlo otra vez: él es todos los reinos, yo soy todos los
príncipes y nada más existe.
DIOS. Te he dicho que no puedo.
MUJER. ¿Qué quieres a cambio?
DIOS. Tonta, ¿cómo me pides revivir a ese animal muerto? Un cuerpo
cosido a puñaladas, con toda la sangre perdida en la tierra y el corazón
repleto de alimañas que ya empezaron a comerlo.
MUJER. ¿Y las resurrecciones, aquellos hombres que volvieron a la vida?
DIOS. ¿Qué sabes tú de los misterios? No te preocupes por lo que no
puedas entender. Acepta tu mediocridad, no quieras llegar más allá.
MUJER. Pero las escrituras dicen...
DIOS. Letra de Dios, que tiene tantos vericuetos como Dios mismo. Una
vez más te digo, no quieras comprender, deja los misterios, es mala cosa
saberlo todo, porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia y quien añade
ciencia añade dolor. Cree, sólo cree.
MUJER. Ahora más que un símbolo de fe, necesito el hecho.
DIOS. Cállate ya, no puedes entender.
MUJER. ¿De qué sirve lo inalcanzable? ¿De qué me sirve querer y no poder
si alguien ya pudo? ¿De qué me sirve amar lo inconquistable? ¿Qué me queda
entonces? ¿Qué soy?
DIOS. Un punto medio entre Dios y la nada.
MUJER. Es bien poco.
DIOS. Podías haber sido nada y fueras menos.
MUJER. Dios mío, si tu hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios.
DIOS. Vuelves a pecar, pero yo vuelvo a perdonarte. Mucho he hablado
contigo porque mucho te he amado. Calma tu soberbia; pronto olvidarás. Ya la
felicidad llega por ti.
MUJER. No quiero más felicidad que la que tuve. No quiero ser otra que
la que fui. Con hambre, con dudas, no quiero más dicha que aquélla.
DIOS. Supongamos que fuera una dicha, él no estará. ¿Por qué entones no
has de venir a mí?
MUJER. En tu mundo tampoco estará él.
DIOS. No estuvo nunca.
MUJER. ¿Y qué sentido tiene si él no está? Por lo menos aquí estuvo una
vez.
DIOS. Es como si no hubiera existido.
MUJER. Pero existió.
DIOS. ¡Basta ya! No quiero seguir.
MUJER. Mejor mátame; ya lo encontraré por algún camino de la muerte.
DIOS. Allí lo volverás a matar. Los muertos tienen hambre, sed, frío y
muchas miserias que arrastrar.
MUJER. ¿Qué mundo es este entonces?
DIOS. ¡Mi mundo!
MUJER. Vete, déjame sola.
DIOS. No vine por tus gritos, sino para que mi voluntad se hiciera.
MUJER. No quiero hacer tu voluntad. ¿Qué puede importarte una brizna de
hierba en la pradera? Esto soy, esto quiero ser. Elige a otra; tengo en los
labios un sabor a barro sucio, no te sirvo.
DIOS. ¿Qué sabes tú lo que me sirve? Bizna de hierva inclina tu cabeza y
obedece. La felicidad está en sumisión; acepta mi senda como aceptas el color
de tus ojos. Sé dócil como sólo sabe serlo el animal enfermo, porque eso eres
también, un animal enfermo.
MUJER. ¡No!
DIOS. No hay tiempo para razones; además no las necesitas. No tienes que
comprender, con que yo comprenda es suficiente.
Aparece el tramoyista con un velo y un
incensario. Coloca el velo sobre la cabeza de la mujer. El tramoyista se pasea
por el escenario moviendo el incensario como antes echaba migas a los pájaros.
MUJER. ¿Qué pasa dentro de mí? ¿Qué pasa dentro de mí? ¿Qué pasa den...?
(Canta)
Vivo ya fuera de mi
Después que muero de amor;
Porque vivo en el Señor
Que me quiso para sí;
Cuando el corazón le di
Puso en él este letrero
Que muero porque no muero.
DIOS. (Señalando) Toma aquel camino. En él encontraras un hombre
con un cántaro a cuestas; síguelo. (La mujer sale lentamente) Entiendo
la muerte del amante; se juntan tantos torrentes en el hombre que a veces se
desbordan más allá de su voluntad y sus fuerzas. Entiendo hasta la impotencia,
el descreimiento y las súplicas por mí. Lo que no logro entender es ese apego a
la mugre, la pasión enfermiza por la miseria. ¿Los habré echo yo así? ¿Los
conozco acaso? (Sale)
TRAMOYISTA. Así termina la primera obra de esta noche. Espero que la
hayan pasado bien. Tuvo un final feliz porque al autor le gustan los finales
felices. No se vayan muy lejos que la segunda está por comenzar.
Toma el cuerpo del hombre y lo arrastra fuera del escenario.
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